Este jueves se presenta en sociedad un libro de Pilar Urbano ("La gran desmemoria"), que pone de los nervios a la tribu mediático-política del país. A la espera de conocer el contenido, adelantado en recientes declaraciones de la veterana periodista, ya se ha instalado la impresión de que estamos ante una nueva entrega de la maliciosa especie difundida recurrentemente en voz baja por ciertos sectores. Me refiero a la supuesta implicación del Rey en la intentona golpista del 23 de febrero de 1981.

La especie nos llega esta vez muy bien encuadernada. Es lo más parecido a las historias para no dormir en torno a los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Hagamos memoria: las cintas de la Orquesta Mondragón, la dichosa cadena de custodia de los restos de los trenes, la composición de los explosivos, etc. O los cerros de Úbeda de Aznar: Ni "lejanas montañas" ni "remotos desiertos", el autor intelectual del 11-M habitó entre nosotros, según el ex presidente del Gobierno.

Pues eso. Algo así. En cuanto a la actuación del Rey don Juan Carlos durante los acontecimientos que rodearon el 23-F, Urbano da un vuelco copernicano al relato oficialmente forjado por políticos, historiadores, periodistas, jueces, fiscales y, en general, los ciudadanos que han reconocido la decisiva intervención del Rey para preservar la democracia de un puñado de golpistas decimonónicos. Según el libro, eran contrarios a su voluntad los esfuerzos de don Juan Carlos para salvar la Constitución y frenar a los enemigos de las libertades.

Por muy Rey que sea, don Juan Carlos no es tan buen actor como para haber llevado hasta aquellos extremos su extraordinario ejercicio de representación. O sea, de disimulo. Así que habrá que aplicar el sentido común. A saber: se discuten las opiniones, no los hechos. Lo que trata de acreditar el libro con palabras y juicios de intención, propios y ajenos, se desmiente con hechos propios y ajenos (uno también estuvo allí), verificables, contrastados y multilaterales, que ya han entrado en la Historia.

Por lo demás, me parece poco riguroso endosar a la memoria indefensa de Adolfo Suárez -indefensa ya antes de morir- un juicio de intenciones tan grave como que el Rey era el alma de las veleidades golpistas del ya fallecido general Armada, que los planes de éste nacieron en el Palacio de la Zarzuela, o que el famoso "elefante blanco" que había de presentarse en el Congreso secuestrado por Tejero era el mismísimo Rey de España. ¿Por qué, entonces, don Juan Carlos, que detectó las intenciones de Armada, le cerró el paso cuando éste quiso "reconducir" el golpe desde Zarzuela? ¿Por qué, entonces, el Rey se tomó la molesta de llamar a los capitanes generales, uno por uno, para desautorizar la intentona golpista y pedirles acatamiento a la Constitución?

Lo dicho: historias para no dormir.