He recibido una carta que firma una señora (o señorita, vayan ustedes a saber) que dice llamarse Elisa Diéguez. Deduzco que, al menos, tengo una lectora, lo que no deja ser para mí un motivo de satisfacción. Lo malo es que doña Elisa no me escribe para aplaudirme, sino con la intención (sanísima intención, podría ser) de corregirme los yerros que cometo.

No sé si ustedes se han enterado de que en un pasado artículo señalé aquí que mi admirado don Gregorio Marañón escribió en 1928 (un año antes de nacer yo) que la tercera persona del singular del futuro imperfecto de indicativo del verbo erguir es yerguirá. Me atreví a opinar, no que el gran hombre de ciencias y de letras se hubiera equivocado, sino que, con el paso del tiempo, la palabra yerguirá había evolucionado hasta convertirse en erguirá, que es como la decimos nosotros. (Yo, al menos). Pero debo andar, y alguien puede darlo por seguro, un tanto desorientado. Creo, además, que soy un mucho atrevido. Me dice doña Elisa que tales cambios solo existen en mi imaginación y que debo cuidar mis palabras a la hora de opinar. ¡Que no, doña Elisa, que no! Es cierto que con el tiempo las formas pueden cambiar. Suelen hacerlo. Ocurre, por ejemplo, con el imperativo de todos los verbos.

Cuando yo estudiaba -no sé si me sigue doña Elisa en la lectura de este medio folio-, cuando yo estudiaba, repito, en la escuela pública, en el Instituto de La Laguna y en la Escuela Normal de Maestros el imperativo tenía cinco personas gramaticales. Faltaba solo la primera, porque nadie -así me decían los profesores- se da órdenes a sí mismo. Así que la primera persona del singular sobraba. Y sobra. Pero ocurre, doña Elisa, que las cosas han cambiado. Por ejemplo:

El imperativo no tiene ya cinco personas (tú, él, nosotros, vosotros y ellos). Y yo me asusto. Ahora le faltan más personas gramaticales aún. Y hasta me entra lo que se ha dado en llamar la risa tonta. Yo estaba convencido de que el capitán, en la guerra, podía decir a sus soldados:

-¡Vamos, adelante. con fe en la victoria.

Este vayamos era la primera persona del plural del presente de imperativo. Ya no lo es. Ahora es la primera persona del plural del presente de subjuntivo, pero con misión de imperativo. ¿Ve usted por qué motivos me entra la risa tonta? ¿Qué necesidad teníamos de que los señores que mandan en estas cosas decidieran tal engendro? De sobra sabemos que las primeras personas del plural del presente de subjuntivo y del imperativo son -eran- exactamente iguales. Y no pasaba nada. Ahora ya no chocan. Se pueden hacer sangre. ¿Ve usted, doña Elisa, cómo las cosas cambian de un momento a otro? ¿Por qué no van a cambiar los verbos? Así que estoy convencido de que yerguirá ha cambiado para transformarse en erguirá. Es lo que me pasa por la cabeza, aunque nunca se sabe. Lo que sí se sabe es que lo que antes se llamaba Juan ahora se puede llamar Pedro. Y todos tan tranquilos. Lo malo es que, a estas alturas, no podemos preguntarle al señor Marañón por qué extraños motivos cambió erguirá por yerguirá.

Si ustedes, amigos lectores, leen, al final del DRAE, las conjugaciones que se les ofrecen allí como modelos, verán que el imperativo de cualquier verbo no tiene ya las cinco personas gramaticales que usted y yo estudiamos desde chicos. Y que no existe la primera persona del plural. Y es que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Hay algún mal pensado (yo conozco a varios) que opinan que las ciencias adelantan... pero para atrás. Los hay negativos ¿verdad? Yo no quisiera llegar a tales extremos. Aunque, al paso que vamos, nunca se sabe.