Ya la vida anda a patadas a diario con la gente sin que sea necesario que Gobiernos y organismos públicos hagan esfuerzos para agravar la existencia de sus ciudadanos. Las grandes palabras rigen el devenir de los pueblos, pero lo que cuenta es la letra pequeña del día a día. El manual de la existencia es de por sí difícil de seguir y, a veces, sobrevivir ya es una conquista porque la derrota cotidiana siempre espera por alguien.

Tenemos la sensación de estar inmersos en una permanente reforma educativa. Sin haber finalizado el desarrollo de la ley anterior, ya está en el BOE una nueva. Y lo que es peor: se ha prometido la derogación de esta, para cuando cambie el color del Gobierno. Esta inestabilidad legislativa es una de las principales causas del fracaso escolar y del desánimo de los docentes. Los países con mejores resultados educativos suelen tener sistemas estables y acuerdos sólidos en los aspectos esenciales de la educación institucional.

En España, cada cinco años de media, tres palabras del legislador, convierten bibliotecas enteras en basura. En cada reforma se introducen nuevos términos y conceptos pedagógicos, muchos de los cuales ya existían, pero con diferente denominación. Se dan bandazos, más que cambios, en aspectos que deberían tener gran estabilidad: currículos, materias, horarios...

Los intentos de llegar a un acuerdo general sobre la educación han fracasado. Que se lo pregunten al exministro socialista Ángel Gabilondo, que lo intentó hasta la saciedad. El diagnóstico de nuestro sistema educativo está perfectamente hecho y también se conocen los remedios. Solo falta que alguien sea capaz de liderar un proceso tranquilo de diálogo y flexibilidad, que finalice con un acuerdo estable en lo esencial.

Los informes PISA no sirven para nada, pero entretienen y crean ambiente. Cuando aparece uno, vale para recordar lo mal que se educa en este país, la cantidad de reformas educativas que llevamos, la ausencia de un pacto escolar que nunca hemos visto ni veremos y nos ofrece la oportunidad de desahogarnos contra el sistema, siempre perverso por definición.

El último informe es particularmente humillante. Ya no es que nuestros hijos flaqueen en comprensión lectora y matemáticas. Es que no saben desenvolverse con soltura ante problemas de la vida diaria. No saben elegir el camino más corto, son torpes con el aire acondicionado, no se llevan bien con el MP3, se lían al sacar un billete de metro y no sé cuántas carencias más. Un desastre. El mismo desastre que sus padres, que tenemos las mismas torpezas.

Más allá del aspecto técnico, me fascinó el perfil social. Este último informe PISA es una especie de venganza de clase. Resulta que los chicos más torpes para resolver problemas ordinarios son los hijos de padres con supuesta mejor formación. A la inversa, los que mejor superan el examen son los hijos de inmigrantes. Esto es para hacer un estudio sociológico.

¿Qué puede ocurrir para ese resultado? Algo muy sencillo: que los más pudientes sobreprotegen a sus hijos. Les dan todo hecho, con lo cual el niño no tiene de qué preocuparse. Les ocultan los problemas, porque quieren niños y niñas felices y no toleran que alguien amargue su delicada pubertad.

En cambio, los hijos de los inmigrantes se las tienen que apañar, buscar soluciones por su cuenta y salir de las dificultades cada hora de su vida.

No todos los fallos educativos se pueden atribuir al sistema y mucho menos a las escuelas y a los maestros. El mal casi siempre está en casa. Por ejemplo, cuando gastamos fortunas en llevar a los niños a Londres a estudiar inglés y en casa no les enseñamos a poner una bombilla. De pobre y marginado se viaja menos, pero de la vida se sabe mucho más.

Feliz domingo.

Parece que fue ayer... azul y verde, y han pasado diez años. Una tarde de primavera como esta. Quizá llovían flores. Quizá, desde el cielo, los abuelos te mandaban abrazos. Probablemente. Digo esto porque fui el primero que me abracé a ti. "Peruanito" mío, vestido de grasa y gorro de boxeador. Y lloré. ¿Sabes? La alegría cuando es enorme se transforma en lágrimas. La alegría y la tristeza, curiosamente, tienen en común un mar de agua transparente corriendo ojos abajo. Ahora algo ha cambiado, mi amor. Antes te cogía yo y ahora tú no me sueltas. Mil excusas o dos mil si hicieran falta para meterte en mi cama. Millones de gramos de amor que os debo a los dos. Cuando hay nubes, miro a Clara y a Jan y veo el sol. Cuando parece que el absurdo gana, os miro y todo tiene sentido. Parece que fue ayer... y llevo disfrutando la canción de tus abrazos diez años. Te quiero.

adebernar@yahoo.es