Hace mucho tiempo, y cuando digo mucho tiempo me refiero a más de 30 años, le oí decir a un conferenciante alemán que un ciudadano de su país podía aguantar con su coche un año más aunque estuviese casi para la chatarra, pero que en modo alguno estaba dispuesto a quedarse sin vacaciones. Y no sólo en Alemania. Algunos italianos se encierran en sus casas dos o tres semanas, cuando llega el verano, para aparentar ante sus vecinos que se han ido de viaje. Abarrotan la nevera, se proveen de lo necesario para el enclaustramiento, cierran las ventanas a cal y canto y soportan su voluntario cautiverio porque esta penalidad la sobrellevan mejor que la vergüenza de quedar como pobres de solemnidad. Supongo que ocurrirá lo mismo en otros países, pero las noticias que he leído sobre estos casos curiosos estaban fechadas en Italia.

Gran parte de España empieza a irse hoy de vacaciones. Más de doce millones de desplazamientos prevé la Dirección General de Tráfico desde esta tarde hasta la medianoche del lunes 21, ya que ese día es festivo en algunas comunidades autónomas. En Canarias los hoteleros anuncian una ocupación del 90 por ciento. Cifra que en la práctica supone el lleno absoluto. ¿Ha pasado la crisis?

Con las penurias de los normales y corrientes hijos de vecinos sucede algo parecido a lo que ocurre con la poesía y los poetas. "¿La poesía da para comer?", le pregunté una vez a Pepe Hierro. "A algunos les da para comer y para merendar", me respondió mientras encendía un cigarrillo con la colilla del anterior. A algunos la crisis ni siquiera les ha quitado la merienda. Siguen igual que siempre. Otros, y no son pocos, lo están pasando tan mal, que oír hablar de vacaciones les suena a sarcasmo.

El martes nos recordaba el obispo de Tenerife, durante el funeral de José Rodríguez, que también ha habido crisis en el pasado, algunas más duras que la actual. Parece que hemos perdido la memoria. Me refiero a quienes tenemos edad para recordar, naturalmente, porque la generación actual no había conocido las estrecheces hasta hace cinco o seis años. Durante una de esas crisis pretéritas -finales de los setenta o por ahí, pues tampoco hace falta retroceder demasiado- varios periódicos recriminaron el lujo de determinados saraos en la Costa del Sol. En una de aquellas fiestas de "famosos, adinerados y folklóricas" se consumieron algo así como 500 pollos, entre otras viandas. Un bofetón a los miles de andaluces -y de canarios, castellanos o gallegos; entonces no escapaba nadie y ahora tampoco- que pasaban hambre, literalmente hablando. En medio de aquel rasgado público de vestiduras, más hipócrita que real -todo hay que decirlo-, surgió la voz de un sacerdote para puntualizar que al menos ese medio millar de aves consumidas habían proporcionado trabajo en las granjas a sus cuidadores.

Moraleja: alegrémonos de que muchos en este país puedan irse de vacaciones aunque otros muchos, un servidor entre ellos, tengamos que quedarnos pegados a los quehaceres cotidianos. Estaríamos mucho peor si nadie pudiera permitirse estos días de asueto.

rpeyt@yahoo.es