No sé si será por la crisis -que dicen saca lo peor de la especie-, o porque algunos hombres -por naturaleza- son capaces de portarse como auténticos canallas. No lo sé, pero en pocos días me han contado algunos episodios que me han dado más que pie para estas líneas. Y cuando utilizo el término "hombres" no hago referencia a aquellos que, al estar dos o tres juntos, en lo que pueden considerarse sus "rituales varoniles", suelen carcajearse de chistes de mal gusto en los que las protagonistas somos las ejemplares del otro sexo, no, les hablo de esos individuos que han existido toda la vida y que, por cortedad de mente, dan por supuesto que el mundo es un coto de caza y ellos los encargados de disparar contra todo lo que lleve faldas. Las mujeres lo sabemos bien, son esos de mirada castigadora que dicen: aquí estoy, pequeña, soy lo mejor que ha pasado por delante de tus ojos, y de mí mano sabrás lo que es el mundo.

Esta actitud, que no aptitud, lejos de ceñirse a los considerados burdos en formación, pertenecientes a un sector social deprimido, o a los que puedan estar afectados de alguna patología del comportamiento, se encuentra en el día a día, en todas las esferas y contextos. Desde el más torpe y grosero al hipócrita disfrazado de comunión diaria, de jefe comprensivo o profesor bondadoso, acechando el momento preciso con la mirada huidiza de quien ni siquiera tiene el valor o la desvergüenza de ser honesto en sus intenciones, dando por supuesto que toda mujer anda loca por sus andares. También es cierto que algunas mujeres se lo ponen cada vez más fácil y eso hace que se confundan los papeles. Y aunque el león no deja de ser león cuando se acaban las presas en la sabana, si le ponen delante unas ovejitas de mirada torva se volverá más depredador que nunca.

Quiero decirles a las mujeres que no hay que soportar lo insoportable, que no se debe perder la lucidez, que hay que saber decir basta aunque el hambre y la desesperación arrecien. Hay prácticas que no pueden mantenerse impunemente, que la infamia se alimenta de la complicidad, del miedo, de la necesidad, que es injusto y terrible lo que está pasando, que los puestos de trabajo están a menudo en manos de gentuza y que se debe poner límite a tanto depravado, pues al final todo se reduce a un simple lo tomas o lo dejas que menoscaba lo más valioso, la dignidad personal. Hay que tener cuidado con entrar en el juego de los equívocos. Y todo eso viene a cuento por una reciente entrevista de trabajo, en la que una amiga se encontró con un impresentable con dinero y poder.

De poco sirve un excelente currículum y el necesitar un trabajo, el depredador le halaga diciendo que se le nota que es una mujer inteligente y con clase, que puede llegar lejos. Ella empezó a sentirse incómoda, él hábilmente cambia de táctica y usa un tono paternal. De vez en cuando se le escapa la mano para tocarle ligeramente la suya. Ella comete el error de no decirle que vaya a acariciar a su madre, se quedó allí, soportándolo, creyendo que lograría mantenerlo en su sitio, que si aguantaba firme, conseguirá el maldito trabajo. Sintiendo asco, vergüenza. Y de pronto se ve sorprendida con un cuestionario personal en el que se mezcla a Dios con el sexo, por la mirada de unos ojos que la desnudan... Por fin, el susodicho, viendo que no va a lograr nada, finaliza la entrevista con el consabido "te llamaré para el trabajo".

Mi amiga no me ha dado permiso para poner a continuación el nombre del empresario, pero me muerdo la lengua.