Lo escribo con mayúscula, porque se le debe un respeto, aunque otros desdeñosamente lo llamaran "Pepito", como me decía mi madre cariñosamente.
Le conocí hace bastantes años, tendría yo unos 18, cuando el periódico aún se editaba en la antigua calle del Norte, ahora Valentín Sanz. Unos años más tarde le visité porque acababa de ser nombrado presidente de Aspronte. Le hice una sentida exposición de la problemática de las personas con discapacidad psíquica. Sin muchos más preámbulos llamó a su segundo de a bordo y le ordenó con estas palabras: "Todo lo que traiga al periódico este señor pre y pos le será admitido y publicado sin ningún cargo". Aunque algunos no lo crean, a mí me demostró su mejor faceta, su buen corazón.
Con el tiempo, mi relación con el periódico EL DÍA y don José Rodríguez Ramírez siempre fue en aumento, hasta que hace casi 14 años me ofrecieron colaborar con este comentario semanal en "Criterios", recibiendo de él un buen piropo: "Están gustando sus aguayos", me dijo.
En una ocasión que salí con un cabreo de tres mil diablos del Colegio de Arquitectos, de la presentación de la maqueta del Auditorio, y donde el señor Calatrava, siendo yo presidente de la ATAO, me había mandado a ver ópera a Milán, Roma o Londres, porque le interpelé las razones existentes para que el Auditorio no tuviera un foso, y cuya contestación tajante fue que él lo había concebido solo para albergar a la Orquesta Sinfónica, me concedió más de una página para que me explayara. Lo que de verdad me molestó de aquella reunión no fueron las palabras de ese maestro de obras: "El que quiera ver ópera que se vaya a....", lo peor fueron las risitas de todos los adulones que concurrieron a la presentación. Tras mis declaraciones, llamaron a Adán Martín y este, todo un caballero, pidió perdón y aseguró que se modificaría el proyecto, como así fue. Don José me mostró su sensibilidad y comprensión, y con el tiempo el endiosado arquitecto ha sido puesto en su sitio, y le están saliendo enormes nubarrones en sus días soleados.
Recuerdo la etapa en la que los comerciantes hicimos una numantina defensa de los puertos francos. El periódico defendió a los industriales y agricultores, y ese fue el momento histórico en el que Canarias tuvo oportunidad de ser una región mucho más independiente.
Tanto en Aspronte, como en la ópera y la zarzuela, o en las distintas federaciones de empresarios, y a cuantas actividades sin ánimo de lucro he dedicado parte de mi vida, siempre he encontrado apoyo desinteresado del grupo de comunicación, por lo que solo puedo resaltar la bondad y el buen juicio de don José en la defensa de la tierra, y en particular de la isla. Pocos hombres han tenido tanta valía, liderazgo, y capacidad de trabajo para encumbrar a su grupo a la cabecera de la comunicación en Canarias.
Ha defendido con uñas y dientes sus ideales, con los que se puede estar o no de acuerdo, pero su condición de hombre liberal le permitió albergar en su empresa toda clase de ideología y opinión.
A lo largo de tantos años mantuve mi respeto, aunque en alguna ocasión estuvimos a punto de tener una escaramuza con motivo del aumento de su deriva independentista, a la que respondí un día que soy hijo canario de padre peninsular y madre canaria, y que ni podía ni debía renegar de mi naturaleza. Me contestó en su línea: "Se es canario o no". Pero, aunque defiendo mi tierra, también soy español y entiendo que los nacionalismos acabarán por volver a disolver el país, lo que sería muy triste después de haber vivido una etapa larga de democracia. La cosa no pasó del intercambio literario.
Ahora solo le deseo que descanse en paz, pues lo merece por ser un hombre luchador, trabajador hasta la médula, desinteresado y un hombre de bien. Espero que sus herederos continúen con la estela de honestidad dejada, y en especial a la que él dedicó su vida, y a la que no renunció su tío Leoncio Rodríguez. A su familia y a todo el grupo de comunicación, donde tengo tantos y buenos amigos, mi sentido pesar.
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