Muchas veces he tenido la sensación de que entre todas las comunidades autónomas que conforman el territorio español Canarias ha sido y, por desgracia, sigue siendo, una de las más atormentadas por la permanente duda sobre sí misma, su pasado y su futuro; sobre su propia condición de islas ultraperiféricas que no terminan de encajar en el puzle de la España de las autonomías, por causa de particularismos egoístas y enfrentamientos isleños y partidistas que producen muchas veces deserciones morales del propio concepto que algunos tenemos del patriotismo.

Pero amar a una tierra no es sólo poner en marcha un plan de buenas intenciones, sino que es necesario trabajar con decisión y empeño en una tarea común como es la defensa del interés general de las personas, en primer lugar, y de su bendito y hermoso territorio, en particular, preservando y respetando en lo posible sus raíces y costumbres, así como su cultura y su medio natural.

Canarias es una tierra única, diversa y hermosa de la que debemos sentirnos orgullosos y a la que tenemos que cuidar y preservar porque su riqueza está basada en un delicado equilibrio entre lo frágil y lo imperecedero que le otorga una exclusividad paradisíaca que se muestra al mundo a través de sus paisajes, olores y sabores que inundan de sal y de luz unas islas que parecen flotar en el inmenso océano que la rodea.

Y amar la tierra es conocerla y respetarla; pero también saber utilizar sus recursos para sobrevivir sin necesidad de explotarlos de forma irracional. Y una forma de hacerlo es intentando crear las infraestructuras socioeconómicas y políticas necesarias como para que podamos ser autosuficientes. Ser patriotas es algo más que un sentimiento; también es una actitud que debemos afrontar ante el hecho de que nos estemos convirtiendo en un pueblo que depende para sobrevivir, prácticamente, de una sola actividad, el turismo, que hemos convertido en un monocultivo peligrosísimo al estar sometida dicha actividad -sobre todo en estos tiempos convulsos-, al socaire de cualquier catástrofe política, económica o natural.

Debemos analizar detenidamente el hecho peligrosísimo de haber apostado por poner todos los huevos en una misma cesta: la actividad turística representa nada menos que el 27% del Producto Interior Bruto (PIB) de Canarias; por ahora, las cosas marchan más o menos bien; pero cualquier contratiempo inesperado puede dar al traste de un solo golpe con todas nuestras aspiraciones, sueños y esperanzas. De hecho, no estaría de más intentar compensar las tensiones socioeconómicas que pudieran producir en el futuro las oscilaciones de la actividad turística intentando apostar por otras actividades como pudieran ser la industria agroalimentaria.

Para ello, para garantizar de una forma sostenida el desarrollo social y económico de Canarias, sería necesario que, tanto las administraciones públicas como el sector privado, coordinaran sus planes de futuro para hacer posible que otras actividades productivas pudieran también crecer y diversificarse; sin olvidarnos de ser capaces de seguir apostando por la investigación y el desarrollo y de seguir compitiendo en un aspecto fundamental para nuestro futuro como sin duda lo es la inversión en I+D, sin dejar de lado el hecho de que nuestras islas son el escenario perfecto para convertirlas en un referente mundial en cuanto a energías renovables se refiere y, así, entre todos, podamos contribuir a garantizar un futuro mucho más seguro y sostenible para nosotros y para nuestros hijos.

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