Cuando cualquier tarde me quedo sin poder leer, dedico parte del tiempo a escucr -¿sonará mejor oír?- la radio. Pero nada de política. Hace unos días se preguntaba a los oyentes qué asignatura se les bían atragantado más en sus estudios de bachillerato. Ganaron, por mayoría, las Matemáticas. Después figuraba el Latín. El tercer puesto era para mi querida Gramática. Entiendo lo de Pitágoras y lo de Cicerón; pero lo otro, no. La Gramática no es aburrida. Ya sé que para llegar a ser ingeniero no basta con el Teorema de Pitágoras y la regla de tres compuesta. Ni siquiera con los sistemas de ecuaciones, que tanto nos costaron entonces. En cuanto al Latín, lo he considerado siempre -y lo sigo considerando- difícil, pero muy necesario. Ya sé que Salustio y Tito Livio son enrevesados, pero Julio César y su "Guerra de las Galias" no tenían tantas dificultades. Sin embargo yo me fui con los gerundios y los participios; con la voz pasiva y la perifrástica. Ya sé que deben ser respetados los gustos de los demás, pero entre Bécquer y Tles me quedo siempre con Bécquer. Y con Macdo, San Juan de la Cruz... Y con el hipérbaton y el hiato y la rima asonante...

Tuve que abandonar la audición de la radio porque tocaron en mi puerta y salí a ver qué pasaba. Había allí una señorita (o señora, que nunca se sabe) que cía propaganda de los Testigos de Jehová. Aunque soy católico no la despedí con cajas destempladas, como cen algunos que yo me sé. Al contrario: acepté las revistas que me traían, contesté a sus preguntas y les dije que, a pesar de todos los pesares, yo iba a continuar siendo católico y que conmigo perdían lamentablemente el tiempo.

Quiero decir, sin embargo, que he tenido sus más y sus menos con cosas de la iglesia. Nunca me gustó la Bula de la Santa Cruzada, ni la existencia del Limbo, ni que los niños que fueran hijos naturales no pudieran acceder al seminario. ¡Como si los pobres chicos tuvieran la culpa de las acciones de sus padres! La iglesia, gracias a Dios, dado marc atrás y yo estoy más contento que unas pascuas.

Quiero decirles que, a pesar de todo, comencé a leer una de las revistas. Y ya en la página tercera me encontré -¡qué casualidad!- eso de las asignaturas preferidas y asignaturas odiadas por lo estudiantes. Y terminaban todos opinando que se les exigía demasiado en el bachillerato de ahora. Me reí con ganas. ¡Si ellos hubieran conocido el nuestro! En mi época, un niño de once años sabía tanto como ahora uno de quince o dieciséis. Yo, a los quince, sabía, de algunas materias, algo que ignoran ahora muchos universitarios. (¡Con las excepciones de rigor, claro está!). Solo con once años sabía resolver problemas de regla de tres simple y compuesta, regla de interés, regla de compañía, regla de aligación y regla de repartimientos proporcionales. Seguro que esto lo ignoran los chicos de hoy. Supongo que esto no está de moda.

En el artículo que les cité antes se exponía que muchos niños de hoy sufren atroces dolores de cabeza a causa de las tremendas exigencias a que son sometidos en las asignaturas del momento. Menos mal que el autor del reportaje no se quejaba de esto, sino de que los chicos se preparan poco. Les basta con esas maquinitas que llevan todo el día en las manos. Lo malo es que esas maquinitas no resuelven eso tan costoso que se llama faltas de ortografía. Ni encontrar la diferencia que y entre ber y a ver. Algo huele a podrido en Dinamarca. Estos días se quejaba en televisión de estas cosas la señora Secretaria de Estado de Educación; pero la pobre dijo "nuestros aulas", en lugar de "nuestras aulas". ¿Qué podemos esperar de nuestros alumnos? Sin embargo, mis compañeros y yo estudiábamos, en primero de bachillerato, Lengua, Geografía, Historia, Ciencias Naturales, Matemáticas, Religión, Formación del Espíritu Nacional, Dibujo, Gimnasia... Olvidaba los idiomas: Francés, Alemán, Latín y Griego. Y no nos dolía la cabeza. Así que no te quejes tanto, Jennifer; ni tú, Ainoa, ni tú, Yonny; ni tú, Willy; ni tú, Eric; ni tú, Dylan; ni tú, Brain...