No sé qué se enseña ahora en los institutos de bachillerato. A veces me gustaría disfrazarme de adolescente y asistir de incógnito a unas cuantas clases en los centros de enseñanza media para ponerme al tanto de cómo está el asunto. Mientras tanto, he de conformarme con recodar la enseñanza que recibíamos en mi época. No quiero caer en el tópico de que era mejor. Ni mejor, ni peor; simplemente, distinta. ¿Más útil para resolver los problemas cotidianos? Tampoco en eso quiero entrar, pese a que las encuestas de la OCDE sobre el particular no dejan en buen lugar a los escolares y bachilleres españoles.

Lo que echo de menos, sin nostalgias tontas o máximas aprendidas del tipo "cualquier tiempo pasado fue mejor", es que ya no se inculquen ciertas actitudes para luchar contra los problemas. Ignoro, lo reitero, si tales formas de comportamientos se siguen impartiendo en los centros de enseñanza. Ante lo que se ve en la calle resulta evidente que, aún en el caso de figurar en el temario, tales materias no están calando demasiado en los discentes. Tuve el privilegio de estudiar en el Colegio Salesiano de La Orotava. Allí me enseñaron geografía, aritmética, historia y lengua española y francesa. Incluso me enseñaron a escribir lo suficiente para ganar algunos premios literarios. Gracias a esos galardones pude, entre otras cosas, visitar el país de los gringos. También estudié química, física y hasta trigonometría, pero sobre todo aprendí a no rendirme ante los problemas. "Cuando por la noche estamos junto a un río y vemos un objeto que va corriente abajo sin saber lo que es, decimos ahí va algo", nos comentaba un cura de los de antes. "Si vemos algo que va corriente arriba, decimos ahí va alguien".

Esta forma de inspirar la cultura del esfuerzo ya no está de moda. A quien la plantea le cae el sambenito de retrógrado, casposo o, directamente, el de facha. Una lástima porque la única forma de eliminar los problemas es enfrentarse a ellos. Ni siquiera hace falta, en última instancia, resolverlos. Si se consigue, mejor. Lo malo, lo que conduce al desasosiego, a la depresión y en última instancia a la locura es pretender vivir en un mundo exento de dificultades. A lo mejor existe un lugar en el Universo libre de preocupaciones, pero no está en este planeta llamado Tierra.

Para ser alguien en esta vida no hace falta nadar contra la corriente por sistema. Si se puede ir cuesta abajo porque ese es el camino que nos lleva a la meta en un determinado momento, mejor que mejor; aunque por desgracia no siempre es así. A veces no hay más remedio, como dicen los ciclistas, que aferrarse al manillar inclusive con los dientes y ponerse a pedalear por mucho que duelan las piernas y el cuerpo entero. No se trata de ser héroes sino, simplemente, de ser personas que no se rinden sin luchar. Si nuestros antepasados hubiesen tirado la toalla ante el primer inconveniente, ninguno de nosotros estaríamos aquí.

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