Varias cadenas humanas se formaron el pasado sábado en algunas de nuestras islas para expresar la negativa del pueblo canario a los sondeos en busca de petróleo. Protestas absurdas, lo repetimos una vez más, pues el que tiene la decisión de autorizar las catas no es el Gobierno regional que preside Paulino Rivero -un político sumiso al colonialismo español-, sino el Ejecutivo de Madrid. En este asunto, como en cualquier otro, son los gobernantes de Madrid quienes deciden no lo que nos conviene a nosotros, que somos los auténticos dueños de esta tierra, sino lo que es mejor para ellos, convertidos en nuestros esclavistas y expoliadores de nuestras riquezas desde hace casi seis siglos.

¿Cuándo se van a formar cadenas humanas en Canarias para exigir la independencia? Si lo hacen los catalanes desde la frontera francesa hasta el límite con Castellón, ¿por qué no formamos nosotros cadenas que bordeen cada una de las siete islas? ¿Es que no hay patriotas suficientes en esta tierra? ¿Es que, al igual que Rivero y su camarilla de vividores políticos, preferimos ser nativos colonialmente sometidos que ciudadanos libres?

Algunos españolistas, amantes de la españolidad y leales a España siguen hablándonos, casi a diario, de los beneficios que tiene Canarias por seguir unida a España. Es decir, nos quieren convencer de los beneficios del colonialismo. Sin embargo, los beneficios de la esclavitud no existen. Mejor dicho, solo existen para aquel que esclaviza a otros seres humanos. Lo que existe es el privilegio de vivir en un país libre y moderno. Un país ordenado por unas leyes justas aplicadas por jueces imparciales. En nuestro caso, unas leyes hechas en Canarias, por canarios, para los canarios y aplicadas por magistrados canarios.

La libertad de los pueblos es, además de un derecho divino, la gran bendición del mundo. Sin ella no hay convivencia pacífica ni progreso económico. Bajo los regímenes de opresión, como el que padecen estas Islas, cunden el hambre y la miseria porque los pobres son cada vez más pobres y los ricos -nuestros "amos" de la Metrópoli- cada vez más opulentos. Suplantar la libertad con falsas doctrinas y dudosas seguridades -siguen diciendo los españolistas que no podríamos subsistir como país independiente- supone arrebatarnos la esperanza de un mundo mejor porque, que nadie lo dude, apenas volvamos a ser dueños de nuestros recursos viviremos mucho mejor que ahora. Tendremos problemas circunstanciales, como todas las naciones de la tierra, pero podremos afrontarlos desde la perspectiva de nuestros propios intereses. Esos recursos, en definitiva, alimentarán a nuestros hijos y no a bocas ajenas a esta tierra.

Sin libertad viviríamos en un mundo tenebroso. Sin el beneficio de la democracia, de un sistema político en el que ningún hombre ni ninguna mujer es más que otro semejante, nos comportaríamos como bestias egoístas. Sin libertad cualquier convivencia pacífica es imposible de imaginar. Cualquier recurso propio que no redunde en beneficio nuestro, sino en el de quienes ocuparon esta tierra por la fuerza de las armas hace casi 600 años, nos hace más pobres en vez de contribuir a nuestro bienestar.

No queremos fomentar un resentimiento hacia España. Esa aversión al "godo" -que no al peninsular- ha existido desde siempre en Canarias. Lo que queremos es despertar la conciencia de los isleños para que emprendan las acciones necesarias -todas ellas han de ser pacíficas- que conduzcan a nuestra soberanía nacional.

La libertad exige que nos rebelemos y rompamos las cadenas, lo cual no es fácil en estos momentos. Sabemos que sigue existiendo el temor a la fuerza de las Fuerzas, aunque se trata de un miedo infundado porque a nadie le va a suceder nada por expresar sus ideas. Tenemos que esforzarnos para no caer en el aplatanamiento. Tenemos que alzar nuestra voz y no acobardarnos o refugiarnos en la indolencia. Los grandes hombres y las grandes mujeres de la historia siempre destacaron por su perseverancia y su valor. Renunciar a la libertad que nos corresponde como pueblo es propio de cobardes. No es digno que sigamos huyendo del destino que nos corresponde, que no es otro que el de ser una nación independiente.

No le debemos nada a nadie. Ni a los españoles, ni al político que tan incompetentemente preside el Gobierno de Canarias. Un Gobierno, al igual que el Parlamento, supeditado a lo que deciden los españoles.