"Por una cabeza/ vino la amargura/ Se perdió el partido/ sin tener la culpa". Un cabezazo inoportuno, como en la letra del tango de Gardel, de un tal Vicente Gómez -he mirado su nombre porque de fútbol no tengo ni idea- acabó con la frenética pasión de unos y enriqueció la moral de otros. Esto es lo que ocurre cuando se antepone el triunfalismo a la realidad inmerecida del azar, que puede dar al traste -y lo da- con las justas aspiraciones de cualquiera de los contendientes que pretende la supremacía sobre el otro. Como consuelo, sólo queda levantarse de nuevo y seguir en la liza, aun con expectativas, aunque de forma más compleja.

Algo así ocurre en los avatares cotidianos, donde percibimos que las anomalías que nos atenazan podrían tener solución si existiera una voluntad generalizada ajena al revanchismo individual como arma electoral contra el oponente, con el aditamento crítico de su gestión pasada y presente.

Es por ello que esta disputa de patio de vecinos para optar a una poltrona europea resulta indiferente a la inmensa mayoría ciudadana, que se aferra a la objetividad del día a día para, esencialmente, tener un trabajo para poder comer y mantener a su familia, con la salvedad de que su índice de salud estuviera suficientemente cubierto por los medios públicos establecidos, sin olvidar que su descendencia -cuando la hay, porque la natalidad desciende por carencia de recursos económicos- debe aspirar a una educación necesariamente asequible a su limitado peculio.

Desglosando estas tres cuestiones, vemos cómo la primera, la más vital, se reduce a una tergiversación de las cifras estadísticas con dígitos repetidos para incrementar falsamente los datos reales; verbigracia: ofrecer a la misma persona varios contratos parciales a la semana y computarlos luego como incremento de nuevos puestos de trabajo.

En cuanto al ineludible acto de llenarse el estómago, sólo hay que preguntar a las organizaciones no gubernamentales en cuánto han incrementado sus listas de menesterosos.

Si hablamos de la salud, vemos que la necesidad sobrepasa con creces los tonos triunfalistas o derrotistas de los responsables u oponentes de turno de nuestra propia Comunidad Autonómica, que en lugar de aunar esfuerzos se dedican a criticarse mutuamente y hacer alarde de victimismo, como oportuna excusa para justificar la propia incapacidad gestora.

Siguiendo la tónica de las mínimas aspiraciones, llegamos al peldaño de la educación primaria y secundaria, obligatorias, y posteriormente a una superior en el marco de las universidades públicas, porque las privadas -la orotavense y la futura grancanaria- resultan sumamente onerosas para la mayoría de las familias. Mas, mirando simplemente el retroceso de estudiantes matriculados, por la inevitable subida de las tasas o por el desencanto ante la inviabilidad de conseguir un puesto de trabajo, llegamos a una entidad con una media de edad docente superior a los 50 años, obligada a cerrar las puertas a nuevos miembros por ausencia de becas para conformar el cuatrienio previo a la opción del doctorado. Requisito hoy imprescindible para formar parte del claustro, desterrando las endogamias y los injustos derechos familiares hereditarios.

Superada ya la primera década de este nuevo siglo, experimentamos una evolución decadente de esta sociedad a la que pertenecemos, donde la crisis de valores se amalgama con la realidad económica de un inadecuado reparto de la riqueza. Y es este el motivo principal para que, de forma inesperada, se origine un levantamiento colectivo indeseado, por la violencia que lleva implícita, para recomenzar desde cero e intentar escalar de nuevo la cima del bienestar común. Un retroceso evidente que, si no se remedia, nos retrotraerá a los tiempos de la esclavitud, donde la única razón era del amo y señor de vidas y haciendas. Basta con mirar el retroceso salarial y la falta de consumo conformando una pareja tristemente avenida por mor de la mala cabeza del mandatario de turno y sus serviles cabecillas excesivamente remunerados. Y encima quieren que les votemos para Europa.

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