Desde el pasado viernes se están celebrando las elecciones al Parlamento Europeo (ese día hubo comicios en Gran Bretaña y Holanda), aunque será hoy, domingo, cuando cientos de millones de votantes acudan a las urnas para elegir una Cámara formada por 751 diputados; la que representa a más ciudadanos de países democráticos en todo el mundo después de la India. Alemania es el Estado al que le corresponden más diputados (96 en total), mientras que Chipre, Estonia, Luxemburgo y Malta tendrán solo seis cada uno. La representación española, en la que se incluye la de Canarias por nuestras circunstancias coloniales, estará formada por 54 parlamentarios.

todo esto? Mucho o poco, según lo consideremos. Si es para continuar siendo una de las regiones ultraperiféricas en el peor sentido de esta denominación, nos sobra Europa. En cambio, si lo que pretendemos es formar parte de un grupo de países civilizados, modernos, económicamente solventes y caracterizados por una libertad en el ámbito ciudadano difícil de encontrar en el resto del mundo -ese concepto que suele denominarse "Estado de bienestar"-, Europa nos importa y nos conviene mucho.

Demasiados son los políticos que nos recuerdan casi a diario lo importante que han sido las ayudas europeas para el desarrollo de estas Islas. Sin embargo, no podemos seguir viviendo del pasado ante la perspectiva de un futuro incierto. En el mapa de la Unión Europea persiste una zona en blanco -una especie de dentellada en el territorio del Viejo Continente- formada por los países balcánicos. Todos ellos, excepto Croacia, tendrán que formar parte del territorio europeo antes o después. Son naciones con un nivel de desarrollo inferior al que posee Canarias. Por lo tanto, cabe esperar que las ayudas comunitarias destinadas en el pasado a nuestro Archipiélago, así como a otros territorios con déficits económicos y sociales, vayan en el futuro a esos nuevos socios, de la misma forma que actualmente las acaparan por la misma razón países como Bulgaria, Rumanía, la propia Croacia o las repúblicas bálticas.

Este es un motivo importante para no sustentar nuestra economía en hipotéticas ayudas europeas. La segunda es una obligación moral de avanzar hacia la autosuficiencia como nación. Volviendo al conocido ejemplo del pescador, no queremos que nos sigan dando un pez cada día para que comamos. Queremos que nos dejen pescar. Ni siquiera necesitamos que nos enseñen a hacerlo porque ya lo sabemos hacer. Lo que pedimos desde hace mucho tiempo en nuestros editoriales es que nos dejen hacer. Queremos extender las alas y volar por nuestra cuenta.

El mundo actual es global. Un conflicto en Ucrania o Afganistán, que hace algunos años nos parecía exótico y totalmente distante a efectos de nuestros intereses, nos afecta hoy de manera directa. Una serie de levantamientos sociales en los países árabes ha propiciado el desvío de millones de turistas hacia Canarias, de la misma forma que otros factores políticos y económicos pueden privarnos en el futuro de esa cantidad extra de visitantes que, aunque tibiamente, han contribuido a suavizar la crisis económica que padecemos desde hace años. Sería absurdo por nuestra parte que quisiésemos independizarnos de España para vivir aislados. La autarquía es imposible en el siglo XXI. Ahora bien, de nada nos serviría establecer esas imprescindibles relaciones internacionales si no lo hacemos de igual a igual. Es iluso pensar en pescar nuestro propio alimento, es decir, en vivir de nuestros recursos si estos son explotados por los españoles y no por los canarios. Basta con comprobar dónde pagan sus impuestos muchas cadenas hoteleras españolas, o incluso europeas, que operan en Canarias. Más de dos millones de turistas al año, de acuerdo, pero, ¿de qué nos sirven en las actuales circunstancias?

Decíamos en nuestro comentario del pasado jueves que confiamos en el pueblo canario. Una confianza absoluta en el futuro de estas Islas si sabemos aparcar a los políticos actuales -el nacionalismo de CC no les sirve a estas Islas- y quitarnos de encima la asfixiante dependencia con España. Hemos cambiado de estilo pero no de objetivos: vamos a persistir sin descanso en la defensa de Tenerife y de Canarias porque creemos en esta tierra. Creemos en sus hombres y sus mujeres. Creemos en la libertad. Anunciábamos ese día que profundizaremos sobre estas ideas en nuestro editorial de hoy.

El primer comercio de cierta intensidad que tuvo por origen y destino Canarias no se estableció entre puertos isleños y peninsulares, sino con plazas europeas. De forma especial, con los Países Bajos, principales receptores de nuestras exportaciones de azúcar. Posteriormente comerciamos con Inglaterra. Una nación destinataria de nuestros vinos malvasías y de los colorantes extraídos de la cochinilla, al igual que ocurriría más tarde con las producciones tomateras y plataneras. Solo en la última época se intensificó el comercio con la Península como destino de los plátanos y también tomates cultivados en el campo canario.

La relación comercial de Canarias con América siempre estuvo intervenida por España, mayoritariamente por la Casa de Contratación de Sevilla. Hasta 1718 no se liberalizaron en parte los intercambios de mercancías entre nuestro Archipiélago y el Nuevo Mundo, aunque a cambio de la emigración forzada de familias isleñas para poblar territorios ocupados por España en América. Tuvieron que transcurrir muchos años más hasta que un Real Decreto, promulgado el 11 de julio de 1852, instaurase un estatus de franquicia arancelaria en Canarias que se denominó régimen de puertos francos. A partir de ese momento los puertos canarios se convirtieron en escala casi obligada de los barcos que transportaban mercancías entre Europa y América, Asia y África. La actividad económica se desarrolló rápidamente y la generación de empleo fue notable. Es decir, apenas descendió el control de la metrópoli sobre Canarias, aumentó el bienestar de los isleños.

La historia nos enseña que no es un disparate afirmar, como lo hacemos desde hace mucho tiempo en estos editoriales, que la única salida a nuestra crisis está en la soberanía nacional. Ya veremos qué vínculos mantenemos en el futuro con España y con esa Europa que hoy elige un parlamento cuyos miembros, dicho sea ya que estamos con ello, disfrutan de generosos emolumentos. Lo primero es liberarnos de un corsé colonial, materializado en unas leyes ajenas a nuestra idiosincrasia, y de una presión fiscal que nos saquea impunemente. Luego, ya veremos.

Esta somera referencia a nuestra historia reciente quedaría incompleta si no añadiésemos que la división provincial, promovida desde Las Palmas con el apoyo de un periódico creado ex profeso para tal fin, fue un serio obstáculo para que avanzásemos hacia esa independencia que debemos conseguir sea como sea, siempre por caminos pacíficos. El egoísmo de los políticos canarios de comienzos de siglo pasado impidió que Canarias llegase a la Segunda República en condiciones de acceder a un estatuto de autonomía con el mismo nivel que Cataluña y el País Vasco. Dos de las cuatro comunidades autónomas consideradas históricas en la actualidad. Un gesto más que debemos "agradecerles" a nuestros hermanos de la isla de enfrente.

En conclusión: Europa, sí porque tenemos una lengua y una cultura europeas. Sí, pero no a cualquier precio. Sí como país soberano que toma sus propias decisiones. No como país sometido a una metrópoli cuyos gobernantes deciden lo que nos conviene -lo que a ellos les conviene- a 2.000 kilómetros de distancia. Esa es la idea central de nuestra lucha pacífica -la violencia, nunca y para nada- por defender los intereses de un pueblo noble y digno de unas condiciones de vida mucho mejores que las actuales.