Se cuenta con tono gracioso que un político significativo de Coalición Canaria, hoy retirado de los asuntos públicos, llevaba siempre en el maletero de su coche una manta esperancera que no dudaba en ponerse sobre los hombros si, de camino a su casa, se encontraba con una romería o con cualquier fiesta popular. Más allá de la veracidad de la anécdota está la certeza de su valor definitorio de lo que ha sido hasta ahora la canariedad para el nacionalismo que gobierna en estas Islas desde hace más de dos décadas.

y otras fiestas populares. Al contrario, nos divertimos en ellas y las consideramos una parte importante de nuestro acervo cultural. Sin embargo, no podemos limitarnos a vestirnos con el traje típico -a vestirnos de magos- para expresar nuestra identidad porque ser canario es mucho más que eso. Ser canario es tener libertad para decidir por nosotros mismos. Podemos equivocarnos o acertar al adoptar decisiones. No importa. Un error se puede corregir eligiendo otra opción. Y si esta resulta también inadecuada, siempre queda la posibilidad de volver a intentarlo por una vía diferente. Lo grave es no poder tomar nuestras propias decisiones porque son otros quienes, habiéndonos usurpado ese derecho, lo hacen por nosotros desde la distancia y sin conocernos ni mucho menos comprendernos.

Ha sido la ceguera centralista de los sucesivos gobiernos de Madrid la que ha propiciado el secesionismo catalán hasta tal punto que más de la mitad de los ciudadanos de esa comunidad autónoma ya no se sienten españoles. Lo mismo está ocurriendo en el caso de Canarias. El desafecto de estas Islas hacia España, de momento no tan acusado como el de Cataluña y Vasconia, ha sido impulsado por las torpezas de los gobernantes españoles. Canarias reúne todas las características para ser mucho más que una comunidad autónoma española. Lo supieron entender en Madrid a mediados del siglo XIX cuando se promulgaron varias leyes y decretos tendentes a favorecer los intercambios comerciales entre las Islas y América. Un conjunto de normas que cristalizó en el régimen de puertos francos, vigente de una u otra forma hasta la década de 1970. En cuanto a la administración política, desde 1912 están constituidos los cabildos insulares. El de Tenerife supera en importancia a los demás ya que es la tercera corporación local española en presupuesto, superada únicamente por los ayuntamientos de Madrid y Barcelona.

En este punto queremos citar la figura de un palmero ilustre como lo fue Mario Arozena Arozena. Un personaje casi desconocido actualmente, miembro en su día de la Asamblea de Tenerife -constituida en 1911 con el fin de defender la unidad de la provincia única de Canarias frente a las maquinaciones de los políticos de Las Palmas para dividir a estas Islas y crear el llamado pleito interinsular-, y posteriormente consejero de la primera corporación del Cabildo de Tenerife. Profesor de Hacienda Pública y director de la Escuela de Comercio de Santa Cruz, redactó en 1919 una "Carta de Constitución Administrativa" que contenía un régimen autonómico para el gobierno y la administración de Canarias. Es decir, desde hace casi un siglo existe un proyecto serio de autogobierno para nuestras Islas con los términos, absolutamente reveladores de cuáles eran las intenciones de su autor, de "Constitución" y "Administración" recogidos en su título. Proponía Mario Arozena un régimen autonómico sustentado en los cabildos y en la Diputación Provincial que entonces, lo recordamos una vez más, abarcaba las siete islas.

Completamente ajenos a la historia, a la realidad y a las necesidades de Canarias, los políticos isleños formularon durante la transición española un Estatuto de Autonomía en consonancia con el de las regiones peninsulares. Absurda forma de proceder porque incluso durante la dictadura franquista, cuando en Cataluña estaba prohibido hablar en catalán, nuestras Islas mantuvieron sus cabildos insulares. Corporaciones que jugaron un papel decisivo en el desarrollo del Archipiélago durante los duros tiempos que siguieron a la contienda civil y que, en determinados momentos, llegaron a mantener enfrentamientos no solo con los gobernadores -los Poncios que nos enviaban desde Madrid- sino también con algunos ministros de "su excelencia". Fue el caso de José Miguel Galván Bello, un tinerfeño a quien su isla le debe muchísimo, que no se quiso plegar a decisiones centralistas aunque esa rebeldía le costó el puesto de presidente de la Corporación insular tinerfeña. Un Cabildo que volvió a presidir ya en la etapa democrática, porque el pueblo tinerfeño no olvida a sus benefactores, ni tampoco a quienes lo han traicionado favoreciendo a otras islas en detrimento de la suya.

No optaron nuestros políticos por potenciar la autonomía administrativa y las peculiaridades fiscales de las que disfrutábamos. Prefirieron, como decimos, alinearnos con las comunidades peninsulares. Además, enrasando por abajo pues ni siquiera figuramos -qué infamia- entre las cuatro comunidades históricas. Canarias, con características auténticamente históricas, geográficas, económicas, sociales -nuestra idiosincrasia de isleños está muy alejada de la forma de ser del peninsular, dicho sea sin ánimo de incurrir en consideraciones peyorativas-, quedó fuera del grupo de cabeza y así nos ha ido. Las cifras de paro y el retorno a la diáspora confirman lo que venimos diciendo en estos editoriales desde hace muchísimo tiempo.

Durante años hemos confiado en que CC, único partido oficialmente nacionalista con representación en el Parlamento autonómico -seguimos sin saber si Nueva Canarias es en realidad Nueva Gran Canaria, o qué-, recondujese esta anómala y perjudicial situación hacia un estatus de más autogobierno que permita, entre otras políticas de urgente aplicación, que la riqueza generada en el Archipiélago se quede aquí. Vana confianza la nuestra pues hemos ido de desengaño en desengaño, al igual que muchos isleños.

Hace exactamente un año, el 30 de mayo de 2013, decíamos que Canarias no estaba celebrando una fecha alegre sino una aciaga porque en estas Islas se ha vuelto a pasar hambre. "Los canarios tienen que acudir a los comedores sociales y se mueren en las listas de espera antes de recibir atención hospitalaria", escribimos entonces. ¿Qué ha cambiado en estos doce meses? Nada, salvo que cada vez son más los desempleados que no cobran ninguna prestación por desempleo. Algo que no parece inquietar a los nacionalistas, ni tampoco a quienes militan en partidos que no lo son, enredados en luchas internas para ver quién va en esta o en aquella lista de cara a unas elecciones todavía lejanas. Para los comicios de 2015 queda nada menos que una cuarta parte de una legislatura en la que no se ha hecho nada útil. Nos desconsuela ver cómo partidos estatistas como el PP o el PSOE -de manera especial el PP- hacen más por sus comunidades en la Península ibérica que CC por estas Islas. Y por si fuera poco, con el riesgo de empeorar porque los nombres que nos llegan como posibles relevos nos ponen los pelos de punta.

El teatro Guimerá de Santa Cruz es el lugar elegido este año para celebrar el acto institucional del Día de Canarias, que presidirá Paulino Rivero. Habrá discursos, se entregarán los Premios Canarias, las Medallas de Oro, se cantará el himno de la Comunidad autónoma y todos nos sentiremos muy canarios. Volviendo al principio de estas líneas, todo eso está bien pero no podemos quedarnos en el boato cuando en la calle hierven muchos problemas camino de enquistarse definitivamente. O eso, un estallido de vapor en el momento menos pensado. De nosotros depende que remontemos el vuelo hacia la recuperación o terminemos por empotrarnos en el fondo del pozo en el que estamos metidos. Depende de nosotros, lo subrayamos, no de nuestros políticos porque somos nosotros quienes los elegimos. Si somos capaces de comprender esto habrá valido la pena celebrar el Día de Canarias.