No sé muy bien por qué andaba yo ahora dándome un viaje casi astral por aquellos años finales de los setenta y primeros de los ochenta que me pillaron comprando el traje de Travolta -versión skay como los sillones de entonces-. Será que acabo de ver "Cuéntame" y el programa que le sigue y se me despertó la nostalgia. Aquellos años efervescentes y modernísimos, con divorcio, destape y democracia, cuyas crónicas las firmaban intelectuales muy gamberros como Paco Umbral -el de "mi libro"-. Don Francisco Umbral, un desgreñado Quevedo de Valladolid; cultísimo, agudo, agreste, misógino y adorador de las mujeres a partes iguales, como lo era el propio Quevedo.

La misoginia puede tener su lado divertido y tierno, habida cuenta de que, como dijo Juan Cueto, y me apunto a ello, el misógino es, en sustancia, un tío que no liga.

Qué maravillosos años, en parte, supongo, porque uno tenía bastantes menos. Y eso que no teníamos Internet. Aunque sí principios católicos.

La vanidad, que era un pecado según la moral que se daba en las iglesias, escuelas, familias..., ahora es una habilidad social desde que existen Facebook, Twiter y compañía. Ahí cabe de todo. El egocentrismo más delirante en sus versiones más patológicas y masturbatorias, como la práctica del "selfie", que consiste en hacerse una foto a uno mismo y luego colgarla para que te digan "guapo". No me jodas. Como dice Gabriela Acher -célebre humorista argentina-, el narcisismo es una consecuencia de la falta de autoestima.

Por sentirnos queridos somos capaces de hacer el idiota a dos manos, lo que conlleva mostrar la mejor imagen de nosotros mismos y comerse, a solas, con papas, el lado amargo, que es, en definitiva, el que más necesitamos compartir.

Hay tantos triunfadores en Facebook, que se diría que en este país atamos los perros con longaniza. Que todos sus ciudadanos, vitales y optimistas, no hacemos sino viajar por el mundo, recibir menciones, asistir a fiestas y compartir banquetes neronianos. De ahí que el visitante discreto de las redes, que pasa sin hacer ruido y ve tal dispendio de parabienes entre sus congéneres, caiga en la "ciberfrustración" por agravio comparativo. O sea, llega a sentir que su vida normalita y tal vez medio dichosa es un asco comparada con esas otras llenas de intensidad, éxitos y aventura, y se retira a su humilde y desvencijado rincón a deprimirse.

Desconozco si soy un "ciberfrustrado" más. Y más me inquieta pueda ciberfrustrar a alguien exagerando los aspectos positivos de mi vida como hace la mayoría. No quiero tener ese sentimiento de culpabilidad, así que casi no aparezco por Facebook sino para colgar estas cosas que les cuento. Que uno empieza en las redes con el tema de la promoción y acaba cayendo en el narcisismo, un defecto bastante idiota, pero como tentación, dificilísimo de evitar (ver Cristiano Ronaldo, capítulo último gol final de Champions). Cuánto nos han influido los manuales de autoayuda, incluso a los que nunca los hemos leído.

Debe de haber un término medio entre sentirse un gusano pecador, como cuando la educación católica de antaño, y sentirse Dios, como en la era de "Operación Triunfo", "Tú sí que vales", "Master Chef" o "Supervivientes". Aunque eso de la "mediocridad" que cantaba Horacio no parece ser lo nuestro. Antes muerto que mediocre.

Desde que los espacios digitales democratizaron el arte, hay tal avalancha de pintores, fotógrafos, escritores y músicos que parece que quien no es un genio no es nadie. Eso lleva a unos a la ciberfrustración y a otros a la fábula de la zorra y el cuervo. Tanto halagó la zorra al cuervo, quien tenía un pedazo de queso en su pico, que lo puso a cantar y, abriendo éste el pico, se llevó el queso, la muy zorra. Pongamos por zorra, o sea, por caso, editoriales y discográficas que se aprovechan de la egolatría de artistas emergentes, ahora mismo casi todos, y, después de elogiarle su obra, les piden a cambio de editarla un pastizal. La vanidad ya no es pecado, pero sigue siendo un defecto idiota que puede salir muy caro.

Y lo dicho, hala, a hacerse un selfie. Guapetones.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es