Pensé que esta expresión ya estaba erradicada de las conversaciones cotidianas, que las nuevas generaciones de mujeres universitarias, trabajadoras, profesionales habían evolucionado en su pensamiento de cara a los cambios sociales del siglo XXI, pero, ilusa de mí, me equivoqué. Y aunque las generalidades son malas y siempre hay honrosas excepciones, lo cierto es que parece ser que, en los cromosomas, las mujeres son portadoras de unos genes llamados bayeta, aspiradora, barra de labios, pañales y hasta agujas de tejer. Es algo atávico, consustancial con el hecho de nacer con el sexo femenino, una herencia que pasa de madres a hijas, la mayoría de las veces sin palabras, simplemente con el ejemplo, por ese mimetismo que forma parte del aprendizaje individual del ser humano.

De poco o nada ha servido la memez de los gobiernos paritarios, ese "hay que poner mujeres como sea" en mor de unas cuotas como fórmula para que las féminas accedan a tener representatividad social. ¡Qué triste! No hablan de merecimientos propios, sino de sacarlas del gineceo griego para ser usadas como reclamo electoral, amparándolas en la falsedad de la plena equiparación y del contenido de la populista Ley de Igualdad. Como si gestionar bien o mal fuera algo que dependiera de las gónadas y no de la capacidad intelectual, de conceptos como la ética y el sentido común.

Hasta 1910 no se admitió en la universidad española a la mujer y cuando se permitió su acceso aguantó lo indecible. Su presencia se acotó, de manera que podían estudiar solo carreras como magisterio o filosofía.

Hoy en día la realidad es distinta. Hay facultades donde las mujeres superan en número a los hombres y muchas féminas ocupan puestos de relevancia intelectual en el conjunto internacional. Se puede afirmar que se han ido conquistando espacios pero, lamentablemente, para esta tarea se han tenido que usar modos y usos masculinos, en otras palabras, métodos varoniles, lo que ha dado lugar a una pérdida gradual de feminidad, asistiendo al nacimiento de grupos sociales andrógenos, que reavivan la teoría del mito del que hablaba Platón.

A la mujer se le ha cuestionado laboralmente por el hecho de que es la que se queda embarazada, cuando debería estar protegida en el periodo de gestación por ser las continuadoras de la especie -de momento totalmente imprescindibles-, y sin embargo este hecho diferenciador ha sido más una lacra que una ventaja.

Se habla de conciliación familiar, pero tienen que seguir siendo profesionales que trabajan o desarrollan su intelecto, madres que cuidan y educan a sus vástagos, personas que se ocupan de los mayores de las familias -de él y de ella-, encargadas del avituallamiento de la prole, gestoras de la educación de los hijos, compañeras y, muchas veces, el libro de reclamaciones de la sociedad.

En época de crisis este pluriempleo es más notorio, ya que los gobiernos recortan en bienestar social, craso error pues la base de Europa está precisamente en la sanidad y en la educación. Que se recorte por donde se puede recortar, que se aplique la austeridad en otras cosas, pero no en el cuidado de los mayores y de la salud, ni mucho menos en el acceso al conocimiento, a la investigación, ya que todo ello significa un retroceso social de consecuencias impredecibles para el sexo femenino.

¡Ah! y a estas mujeres que usan el "mi marido no me ayuda" indicarles que ellos no ayudan, comparten tareas e intereses comunes. Es su deber al tener un proyecto de vida en común, en el que no debe haber vencedores ni vencidos.