1.- Todo lo vivido, que ha sido mucho, ha hecho también que la ambición haya desaparecido de mí. Nunca fui una persona excesivamente ambiciosa, pero he tenido rachas. Ya no. El otro día, sentado en el banco de un parque, me di cuenta de que yo hace años, muchos años, soy una persona ajena a cualquier recompensa y sólo fuerzo la máquina para la estricta supervivencia. Eso sí, quiero aclarar que lo que me puede es mi profesión, que será siempre mi profesión aunque ahora la ejerza sin ejercerla, en la reserva; es decir, como un jubileta. Hay algunos por ahí que me dicen que estoy viejo y más acabado que . Ambas opiniones son muy cariñosas y rigurosamente ciertas. No por eso voy a entregar los trastos al peón, ni a no saltar como un perenquén cuando algo no me gusta. La capacidad de reacción sí que me queda y también el agradecimiento a los amigos que me llaman para que colabore en un programa de televisión o para que escriba un artículo o para que salga en la radio a decir esas cosas mías. O para que dicte una conferencia. Claro que sí. Pero la ambición ya no existe. Se murió.

2.- Sentado en el banco, una posición ideal para pensar, echaba la vista atrás mientras lanzaba millo a las palomas, en atención a mi estatus. Y recordaba la carta que me envió el otro día don Sergio Ramos Jiménez, un desocupado y airado lector. Me recriminaba que yo me metiera con los viejos de los parques y con la clase media. Y citaba a una serie de amigos míos, que no vienen al caso, con cierta mala leche. Yo creo que este señor no me ha entendido. Yo hago humor con los jubiletas porque yo soy uno de ellos. Ahora, que no me obligue nadie a ponerme un chándal gris marengo y a ser un corredor de bolsa del pan. Lamento mucho que me lea sin entenderme, debe ser que me estoy volviendo torpe. He basado toda mi escritura, siempre, en burlarme de mí mismo. Y por eso tengo licencia para burlarme de los demás, dentro de un orden. Por cierto, la carta estaba bien escrita, cosa rara.

3.- Odio que la gente diga huevonadas y en los parques y en los bancos no se escucha otra cosa, así que yo dimito de esos parajes y sólo me siento en ellos cuando paseo a la perra, para que mee y cague a gusto y para que las huelan otros y no yo, que las cagadas de bull-dog, agüita. Y eso.

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