Nos está ocurriendo lo mismo que a alguien aquejado desde hace tiempo por una enfermedad crónica que, por si fuera poca su desgracia, tropieza y se rompe una pierna. Lo más urgente es curarle la fractura. Meses después, soldado el hueso y rehabilitada la función del miembro, puede decir que está curado pero realmente no es así. La dolencia que padecía antes del accidente sigue igual que antes.

A veces en España, o en esa parte de España que son estas Islas Canarias, acontece algo extraordinario -la abdicación de un rey, un informe de impacto ambiental que posibilita unos sondeos petrolíferos- capaz de desviar nuestra atención de esos problemas perennes que, como tales, pasan de mes a mes, de año a año y hasta de legislatura en legislatura sin resolverse, acaso porque nadie es capaz de resolverlos. Nada debería extrañarnos que dentro de unos días, cuando comience el campeonato mundial de fútbol, sean las pantallas de los televisores las que nos rescaten del agobio cotidiano. Al menos mientras la selección española permanezca en la competición. El motivo, ustedes se harán cargo, da igual; lo que importa es evadirnos de un presente, como digo, demasiado doloroso para asumirlo sin acabar trastornados.

El gran problema de España y de Canarias continúa siendo el paro. Nos hablan las cifras emitidas por las oficinas de empleo de cierta mejoría -cierta disminución en el guarismo de desocupados, entiéndase así- pero con la nota marginal de que también ha caído el número de afiliados a la Seguridad Social. Un hecho sólo explicable -lo adelantaba ayer el comentario de EL DÍA- por el cansancio de quienes buscan trabajo; hastío que les lleva a no seguir molestándose en inscribirse en las oficinas de empleo porque, después de tantos años, ¿para qué? En definitiva, el empleo crece no cuando hay menos apuntados en las listas del paro sino cuando hay más afiliados a la Seguridad Social. Lo otro no cuenta por la razón ya expuesta, o cuenta como economía sumergida. Un sector, dicho sea de paso, del que andamos bastante sobrados en estas Islas.

El otro día leí por ahí que la enorme dependencia que tenemos del transporte -quise entender que quien lo escribía se refería al transporte privado- en Tenerife, amén de otras islas, se debe a un absurdo desarrollo urbanístico. ¿Qué otro desarrollo era posible atendiendo a las características de esta Isla?, me pregunté en ese momento y me sigo preguntando varios días después. No basta plantear los problemas; también hay que aportar alguna solución, o al menos intentarlo. En caso contrario, mejor un silencio prudente.

¿Soluciones al paro? Ojalá las tuviese. Ciñéndonos a Tenerife, cuya situación es semejante a la existente en Gran Canaria e incluso a las de otras islas menores, algún día seremos capaces de exponer en público lo que hoy sólo comentamos en privado, y ni siquiera: hay recursos, aunque a duras penas, para mantener a una población de medio millón de almas, pero no a un millón. Un problema demográfico mayor aún que el propio desempleo, pues no es el paro la única distorsión territorial que provoca.

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