Resulta realmente curioso ese deseo de viajar que compartimos todos -o casi todos- los mortales. Ansiamos descubrir cómo se vive en otros países, qué se come fuera de nuestras fronteras, descubrir paisajes nuevos y compararlos con los nuestros, constatar el modo de vida de nuestros homónimos, etc., y comprobar, cuando llevamos diez días de ajetreo, que ansiamos el momento del regreso porque como en casa no se está en ningún sitio. Sí, la novedad nos impulsa, nos apetece cambiar nuestra rutina diaria, deseamos experimentar nuevas sensaciones, pero de todo se cansa uno en la vida.

En efecto, nadie duda de la satisfacción que se siente tomándose un "café noir" en el Café de la Paix parisino o en el Florian de la plaza de San Marcos veneciana, pero aunque nos cueste un riñón y parte del otro no dejamos de darnos el gusto si podemos. Al fin y al cabo es una inversión rentable, pues le sacaremos jugo durante toda nuestra vida alardeando de ello siempre que podamos. Lo mismo podemos decir de esas vacaciones que el almanaque nos impone. Los puentes -¿no dijo Rajoy que iba a suprimirlos o, al menos, imponer cierta cordura cuando se presentan?-, la posibilidad de pasar tres o cuatro días tumbados en la playa, disfrutando del "dolce far niente", nos sirven para "recargar pilar" y poder enfrentarnos a lo que nos espera cuando regresemos a nuestra vida habitual. Si durante esos pocos días hemos tenido la suerte, además, de ponernos morenos y darles envidia a los "pobretones" que se han quedado en casa, pues miel sobre hojuelas.

Pero la realidad no es exactamente la que acabo de expresar. No es un tópico. Aunque parezca mentira, todavía queda gente que prefiere disfrutar la Semana Santa, las fiestas de mayo o el puente de lo que sea permaneciendo en casa. Se evitan de ese modo el bullicio, las aglomeraciones en las playas, restaurantes y lugares públicos, así como los probables problemas -y peligros- que genera el tráfico en autopistas y carreteras. Claro está, en mi opinión, que para tomar esa decisión casi "contra natura" uno debería de tener las ideas claras para hacer "algo" distinto con ese tiempo que graciosamente nos hemos regalado. Por ejemplo, dar un paseo por la ciudad que habitamos, pero, en realidad, desconocemos. Porque yendo en coche a todas partes es como ir al teatro: vemos el escenario pero no la tramoya; y les aseguro que a veces suele ser más interesante lo segundo que lo primero.

Esto último he podido comprobarlo en la pasada Semana Santa "pateando" la rambla Santa Cruz hasta su encuentro con la avenida Francisco La Roche, y luego ésta hasta el Cabildo. Después de haber leído durante varios años gran número de artículos sobre el progresivo deterioro de nuestra ciudad, y, de repente, unos pocos señalando que esa tendencia estaba cambiando, me pareció justo comprobar si esa modificación se estaba verificando y -¡c..., cuánto me cuesta reconocerlo!-, para mi asombro, ¡es cierta! ¡Negro futuro nos espera a los comentaristas si no podemos criticar al alcalde, a los concejales, al servicio de limpieza o a los encargados de los jardines! Y es que en ese paseo mañanero -y no creo que lo hayan preparado por que a nadie le dije con anterioridad que iba a realizarlo- me he encontrado con una rambla limpia, sin basura en los contenedores -bueno, sí, solo en un par de ellos...-, todos los semáforos funcionando, ningún banco sucio de excrementos de palomas... ¿Qué más se puede esperar? Por buscar desesperadamente una "mancha" me agarro a la mal llamada fuente de Franco, que causa la "admiración" de quienes utilizan la guagua turística al comprobar su lamentable estado.

¿Y qué decir del túnel nuevo y de la gran explanada que ha quedado para disfrute de los ciudadanos? Falta que acierten con la utilización de ese espacio. Sé que se está trabajando en un proyecto, que en mi opinión debería estar consensuado por todos los partidos, no impuesto por quienes están ahora al mando de la nave. ¡Qué no tengamos un nuevo caso como el de Las Teresitas y su tan criticado aparcamiento! Algo que puede ocurrir si cada uno quiere ser el único protagonista de la película. Mejor es que se les asigne su papel y que lo lleven a cabo como chicharreros, no como miembros de un partido que piensa ya en las próximas elecciones. Creo que hay otros métodos para convencer a los ciudadanos de nuestra idoneidad.