Es un tiempo de cambios, de incertidumbre, aunque ya hubo otro enmarcado en aquella primera transición donde la calle ganó la batalla; donde se impuso la lógica de la política que había que hacer en contra de lo viejo y rancio que estaba en plena agonía.

Se supo salir de aquel atolladero porque se puso en juego la inteligencia y la prudencia que el momento requería; muchos dejaron sus ínfulas independentistas y exigencias territoriales aparcadas, porque antes que nada estaba en juego la democracia y el esfuerzo tuvo que ser común. Como así fue.

Ahora, cuando las instituciones se tambalean y el clamor popular es aun más potente que entonces, se necesita de esa inteligencia que se dispuso en aquel tiempo porque si no es así el descalabro está a la vuelta de la esquina. Los partidos políticos se tienen que remozar; ya la ideología no camina por los senderos de la derecha o de la izquierda. Las exigencias de la gente son poliédricas y las respuestas tienen que llegar no concretadas en los ámbitos de una ideología o de otra, las ideas tienen que mancomunarse para fortalecerse y dar salida a los atropellos, a las vejaciones y a los posicionamientos ante cuestiones sociales sangrantes, que se repudian ya que nadie las quiere y todos las protestan cuando se incomoda a la gente con legajos, leyes y disposiciones que circulan en sentido contrario a las carencias sociales.

Se termina un reinado y comienza otro, pero esto forma parte también del espacio de la incertidumbre y si se sabe tener altivez de miras y disposición política para que los reinados sean otra cosa, no noticia un día si y otro también, y menos de revistas del corazón, sino que la seriedad se lleve dentro de la gestión. Y, sobre todo, de la cooperación, seguro que se aceptará el reinado que viene si sirve para solucionar cuestiones territoriales pendientes y candentes; si es un revulsivo, que estimule y arbitre situaciones tan peliagudas como la que circula alrededor del bienestar social; si se es ejemplarizante, y esto se expande a la clase gobernante, seguramente el tiempo no atrape a la política, sino que sea ésta la que se adelante al tiempo, la que intuya lo que se aproxima y se sea capaz de enderezar los entuertos que el viejo régimen ha dispuesto de las calamidades y de las carencias universales que han favorecido, unos desde el quietismo, otros desde el miedo -de lo que sabe mucho la monarquía de los Borbones-, o de mirar para otro lado cuando el tren de la historia pasa raudo como una centella y no se enteran siquiera de su ruido.

Tiempo de cambio, ahora mas que antes. ¿Seremos capaces de lograrlo?