Qué pena que salga tanta gente a la calle para manifestarse contra las prospecciones y, sin embargo, todo el mundo se quede en su casa ante asuntos que nos afectan mucho más, como lo es conseguir nuestra capacidad de decisión como pueblo; eso que los políticos de Coalición Canaria llaman autogobierno sin pensar en lo que están diciendo e incluso sin creer en sus propias palabras. No lamentamos que el pueblo de Tenerife, y en general el de toda Canarias, manifieste libremente su opinión. Ese es un derecho democrático que no le negamos a nadie. Lo que realmente nos aflige es la indolencia, como decimos, ante cuestiones que si se hubiesen planteado hace tiempo, como lo han hecho en otras comunidades autónomas -nosotros somos una comunidad autónoma española por imperativo legal, no por propia voluntad-, ahora no tendríamos que convocar propuestas públicas para que no se realicen los sondeos. Sería el Parlamento de Canarias el que tendría la primera y la última palabra al respecto.

No es así. No lo es por culpa de un aplatanamiento de siglos que no logramos sacudirnos. Una indolencia colectiva de la que se valen los partidos políticos, tanto los dos estatistas que hay en estas Islas como la propia CC, para hacernos multitud de promesas cuando tienen que pedirnos el voto, y luego olvidarse de nosotros hasta el extremo de tomarnos el pelo miserablemente. Si el nacionalismo canario fuese auténtico -y no un simulacro de nacionalismo-, CC tendría algo más que una sola diputada en Madrid; una diputada que es Ana Oramas, ya que Quevedo no milita en las filas de CC sino en las de Nueva Canarias, que en realidad es Nueva Gran Canaria. Tampoco es mayoritaria CC en el Parlamento autonómico. Convendría que los responsables de este partido se preguntaran el motivo de esta situación.

Nosotros podemos aportarles una pista, como lo es la noticia que publicamos el viernes: 5.196 canarios han emigrado al extranjero en los últimos 18 meses. Canarias siempre ha sido tierra de emigrantes. Cuba, Venezuela, la República Dominicana y Puerto Rico fueron, por este orden, los principales destinos de los isleños que abandonaron su tierra durante los siglos XVII y XVIII; de forma especial, los dos primeros de estos cuatro países, aunque Puerto Rico es hoy un estado libre asociado (eufemismo para ocultar el nombre de colonia) de los Estados Unidos; país también receptor de canarios durante el siglo XVIII, al igual que Uruguay tanto en esta centuria como en el siglo XIX. Una treintena de familias canarias fundaron la ciudad de Montevideo y a los habitantes del departamento de Canelones, al que pertenece la capital Uruguaya, se les llama canarios. La emigración a Cuba y Venezuela continuó durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX. En definitiva, la diáspora canaria se ha prolongado a lo largo de centenares de años.

Con la entrada del siglo XXI se produjo una mejora sustancial en la economía del Archipiélago. Por primera vez en nuestra historia dejamos de ser una tierra de emigrantes para convertirnos en receptores de inmigrantes procedentes de América, de Europa y también de África. La inmigración, tanto la que llegaba por puertos y aeropuertos como la que lo hacía a bordo de frágiles embarcaciones con gran riesgo para la vida de quienes lo intentaban, nos generó serios problemas de asistencia social, infraestructuras y demás servicios que debe recibir la población de un país desarrollado. Alguien dijo entonces, con mucha ironía, que convenía guardar las pateras para cuando nos hicieran falta a nosotros. Proféticas palabras que se están cumpliendo cabalmente, mal que nos pese a todos. Lo peor es que entre esas más de 5.000 personas obligadas a abandonar su tierra, a dejar atrás a familiares y amigos -a abandonar su mundo- están muchos de nuestros jóvenes mejor preparados. A cada drama personal que supone una despedida se añade la tragedia colectiva de una sociedad que se empobrece al perder a sus mejores individuos.

Son estos y otros similares los grandes motivos que tenemos los isleños para salir a la calle. No nos cansaremos de repetirlo. Protestar para que el Gobierno de Madrid nos permita decidir en el asunto del petróleo -o sobre cualquier tema concreto- es poner un parche a un problema mientras nos agobian otros muchos. Lo imprescindible es asumir el control de nuestros recursos. Lo demás nos llegará por añadidura.