Limosna. Que haya que habilitar comedores escolares para que este verano miles de niños reciban una comida decente al día es lamentable. Ese vaso de jugo y ese bocadillo son la evidencia de un fracaso político estrepitoso, la evidencia de la quiebra de nuestra estructura social. Que el responsable dé una rueda de prensa para contarlo y se quede tan pancho demuestra, además, una enorme indiferencia, como si ocurriera en el Sudán, y que no hay límite para tratar de conseguir la medallita. Artiles lo puso de moda con su maratón solidario: la limosna en público porque somos tan buenos. Confieso que me escandaliza, me escandaliza que haya que montar el dispositivo de emergencia, me escandaliza que nos vendan esa moto y sobre todo que a nadie se le caiga la cara de vergüenza. Y habrá que hacerlo, claro, ofrecer esos desayunos, pero con pudor y mucha humildad y sin olvidar el origen del problema.

Conducta. Paulino Rivero y José Manuel Soria se pelean por sus cosas, avivan la cortina de humo y todo lo demás les da igual; el uno alienta un populismo que se nos volverá en contra y el otro que no quiere contravenir los poderes fácticos. La gente les da igual y no les da vergüenza. Nadie entona el mea culpa ni comparece para confesar su aflicción y su incapacidad para gestionar un sistema que permita a las personas sostener a sus familias y que impida que tantos dejen de luchar. Leyes intervencionistas y enredos burocráticos que dificultan las inversiones (el fundamento de la moratoria turística, por ejemplo, que yo todavía no entiendo), la aversión a reorganizar la Administración en busca de eficiencia y las mismas recetas para cocinar un futuro que dicen será mejor...

Fraude. Qué buena la campaña de Hacienda. Qué fácil desenmascarar cualquier situación en la que se perpetra el fraude cotidiano: la factura sin IVA -sin IGIC en Canarias- y sin hospitales y sin carreteras... Mejor explicado imposible. La pérdida de conciencia del origen y la propiedad del dinero facilita dilapidarlo y allana el camino del pequeño defraudador contumaz que justifica su comportamiento. Le exigimos a los políticos que cuiden cómo se gasta y también habrá que pedir al ciudadano que cumpla su parte, pero todos, porque si pagamos todos pagaremos menos. Hay quien lo formula de otra manera: paga tú que yo paso, que a mí así ya me viene bien... Generar vergüenza, buena estrategia.

Confianza. Me llegan historias de empresarios que lidian con sus grandes problemas, de su frustración y de su soledad; la época es mala y exige trabajar el doble para intentar ganar la mitad o, al menos, intentar ganar algo. Un empresario hecho a sí mismo, desanimado, sin fe y ningunas ganas, con una organización tan familiar que compromete las relaciones personales y la propia eficacia de la gestión. Se considera imprescindible y no se atreve a delegar en su personal ni en sus propios hijos, si es que aparece alguno que muestre interés. Imposible jubilarse, no cree en los profesionales ni piensa en su empresa como generadora de valor, como un mecanismo para obtener rendimiento del capital invertido. Y también escucho el relato de tantas traiciones: trabajadores que no se percatan de que su vida -lo laboral y lo que no- depende de que el negocio vaya bien ni de que, por eso mismo, son los principales interesados en arrimar el hombro; o ese encargado que robó, que robaba durante años; o aquel directivo que utilizaba la empresa para sus propios manejos. El verdadero pacto por el empleo, para mantenerlo y para crearlo, será el pacto de la confianza.

Felicidades. A quienes sacaron el curso. Y mucho ánimo a los que no pudieron para que no abandonen. La tribu depende de ustedes.

pablo@zurita.es