Yo estaba en La Habana cuando Fidel Castro leyó un largo informe en el V Congreso del Partido Comunista de Cuba. Lo recordé hace un par de días y vuelvo a hacerlo hoy porque Rusia le ha perdonado a Cuba el 90 por ciento de la deuda que este país tenía contraída con las autoridades de Moscú desde la época de la Unión Soviética. No estaba en el Palacio de Convenciones mientras los marxistas caribeños celebraban su cónclave, pues jamás sería invitado a algo así, pero vi por televisión el alegato de Castro el 8 de octubre de 1997 y, dos días después, su discurso de clausura del congreso.

No tuve la paciencia de tragármelo entero -ya dije el otro día que los emitieron de dos veces porque entero no les cabía en las seis horas de programación diaria-, pero seguí con cierto interés lo que dijo sobre la caída de las importaciones que recibía Cuba tras la desaparición primero del "campo socialista" -eufemismo castrista para referirse a los antiguos países de la Europa del Este- y luego de la URSS. Explicó el dictador cubano que de las importaciones de diversos productos, incluidos alimentos, ya acordadas con Moscú por valor de 4.000 millones de dólares, en el primer año tras la disolución de la Unión Soviética sólo habían llegado bienes por valor de 700.

"Lo que sucedió con los alimentos sucedió prácticamente con todas las materias primas", explicó Fidel Castro ante un auditorio que de rato en rato lo interrumpía con aplausos. "Habíamos acordado más de 500.000 toneladas de acero y había llegado cero acero; más de medio millón de metros cúbicos de madera y había llegado cero madera. Hacía falta sosa cáustica para una serie de producciones industriales, incluso para la producción de bagazo predigerido, jabones, detergentes y otras importantes cosas; de sosa cáustica, cero". Y así con una larga lista de carencias.

Estas palabras me llamaron tanto la atención, que se me quedaron grabadas en la memoria como la tabla de multiplicar o La canción del pirata que nos metían entre pecho y espalda cuando íbamos a la escuela. Lo que no dijo Castro en aquel congreso, y jamás dirían sus seguidores dentro y fuera de Cuba, es que la Unión Soviética mantenía artificialmente su dictadura porque a 90 millas Cayo Hueso les venía bien para incordiar a los gringos. Por eso le canjeaban alegremente una tonelada de azúcar por una de petróleo, amén de comprarles otras producciones, fundamentalmente agrarias, a precios muy superiores de los establecidos en el mercado internacional.

Aquello acabó cuando cayó el muro de Berlín, pero la deuda contraída siguió vigente. A día de hoy son unos 26.000 millones de euros. Las nueve décimas partes de esta cantidad quedan condonadas; el diezmo pendiente lo pagarán los cubanos en diez anualidades con el beneficio propio de que Rusia empleará la totalidad de esos reintegros para inversiones en la isla. Un buen ejemplo, en definitiva, de las bondades de la economía socialista ante la que a muchos progres se les sigue cayendo la baba.

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