Hoy es un día bastante especial para mí pues me reencuentro con mis lectores después de casi una década lejos de los mismos por causas de fuerza mayor que en ningún caso quise que se dieran.

Quiero comenzar teniendo un cariñoso recuerdo para mi amigo José Rodríguez Ramírez, quien me honrara con su amabilidad, comprensión y amistad, permitiendo que mis artículos viesen la luz en EL DÍA, su periódico del alma, del que fuera su director y editor, y que fundó en el año 1910 su tío Leoncio Rodríguez con el nombre de "La Prensa". También a su hija Mercedes mi sentimiento de pesar y que sepas que cuentas conmigo incondicionalmente.

Voy a seguir relatándoles anécdotas reales acaecidas en épocas distintas y en donde el humor se va a convertir en el "leit motiv" de las mismas, focalizadas en nuestra isla de Tenerife, y muy especialmente en La Laguna, ciudad en la que nací y que es muy noble, leal, fiel y de ilustre historia, además de ser Ciudad Patrimonio de la Humanidad, como fue reconocido por la Unesco en reunión celebrada en Rabat a finales del pasado siglo.

Mis más próximos y valiosos referentes son mi abuelo paterno, Juan Bautista Oliva, y mi padre, Juan Oliva Tristán, a cada cual más ingenioso y a los que desde aquí quiero enviarles dos besos y, a diferencia de una frase que se me antoja manida y anodina, como es la de "gracias, estés donde estés", yo, realmente juego con cierta ventaja pues, conociendo sus currículum a fondo, sabiendo de sus cualidades humanas y profesionales, de su rabioso ingenio, de su humor atemporal, no me cabe la menor duda de que yo sí sé dónde están, y permítanme que no se lo desvele.

Empezaré por narrarles algunas anécdotas de mi abuelo, que fundara su despacho de procurador de los tribunales en el año del Señor de 1897, en La Laguna, en la calle Capitán Brotons, a pocos metros del estanque de los patos, de la plaza de la Catedral, que como saben fueron desahuciados hace muy poco por estar seguramente de "okupas".

Lo que sí me ha extrañado es que no hayan actuado la Plataforma Antidesahucios, o la señal de tráfico "Stop, ni un solo desahucio más", constándome que las ONG, amigas y protectoras de animales han puesto el grito en la cúpula de la Catedral.

En nuestra etapa de postguerra aparecieron las cartillas de racionamiento y la escasez de productos básicos era clamorosa. Por ponerles un ejemplo, comentarles que el pan lo hacían cada vez más fino, escuchimizado, pequeño, liso y achatado.

Un día, sobre las nueve de la mañana, tocan en la puerta de la casa de mi abuelo y éste contesta: "¿Quién es?", y una voz responde: "La panadera, don Juan". A renglón seguido dice mi abuelo: "Mire, si el pan es como el de ayer me lo mete por el agujero de la cerradura".

Esta fue la primera "coña" o "volada" que me contaron de mi abuelo, y a mí me encantó, quizás fuera por aquello de que la sangre tira.

Mi abuelo tenía casa en la Punta del Hidalgo, en lo alto del puertito y pegada a la casa de los hermanos Juan y Antonio de la Cruz Chauvet, y en los veranos cargaban un par de camiones con los muebles y enseres precisos. Un día se encontró mi abuela en La Laguna a una maga de Las Mercedes y ésta le dijo: "Don Juan, dígale a su mujer doña Concha que un día voy "a vela" a la Punta", a lo que respondió mi abuelo: "Oiga, si no quiere ir "a vela", vaya a remo".

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Un sujeto entra en una tienda y pregunta al empleado: "Oiga, ¿tiene zapatos del 36?, a lo que responde el asalariado: "De la guerra no nos queda nada".

Hasta la próxima y no me fallen.

* Pensionista de larga duración