Convendría desterrar para siempre nociones arrinconadas por el fluir vertiginoso del tiempo y cuya caducidad es puesta en evidencia a diario. Una de ellas es la noción tradicional de guerra y la condición de los contendientes. La evolución de los ejércitos del mundo, armamento, tecnología, estrategias, son hechos que manejan militares, centros de estudios estratégicos, analistas internacionales, expertos en seguridad y demás implicados en crisis internacionales.

La alteración radical de los parámetros clásicos de las naciones como los únicos sujetos de las guerras ha concluido, ya que existen otros no estatales, como proliferan las guerras asimétricas, vectores que configuran los actuales marcos de crisis y beligerancia, sobre lo que nos ha ilustrado el tinerfeño Jesús Manuel Pérez Triana en su libro y blog "Guerras posmodernas". En relación a esto hay otro concepto que ha ganado asiento en la escena y es el de "Estado fallido" con nuevas reordenaciones de las fuerzas beligerantes.

El Oriente Medio es un mosaico fastuoso de esa recomposición de las fuerzas armadas. Las milicias de Hamás son más poderosas que las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina; Hezbolá es un ejército regular en comparación con las fuerzas armadas de Líbano; otro tanto ocurre en Irak y casi en Siria.

Por tanto, mientras las guerras asolan la Tierra, en todas ellas hoy mismo no hay Estados enfrentados, sino un Estado -nada digamos de "Estados fallidos"- y un contendiente no estatal. Es en este marco donde ha de situarse también a Israel y a Hamás, a pesar de la encrespada hostilidad que el Estado judío despierta en buena parte de la opinión pública española. Aunque sea uno de los contendientes el que lanza cohetes desde su territorio al otro. Lo que la civilización siempre considerará el mayor casus belli, por lo que constituye de agresión directa y además contra población civil. Si tales agresiones no fueran consideradas casus belli, el retroceso de la civilización alcanzaría la disolución de todas las normas de convivencia internacional.

La guerra es asimétrica por cuanto una de las partes, Hamás, dirige todo su capacidad destructiva a la búsqueda deliberada de la muerte de la población civil israelí, y es también asimétrica porque Hamas se escuda en la población civil, propiciando el martirio de niños, mientras Israel hace ímprobos esfuerzos por no tocar a esa población civil que sirve de escudos humanos, y proteger denodadamente a la ciudadanía israelí. Hamás trata de incrementar al máximo su potencial de guerra, cuando Israel realiza una importante contención de su fuerza, ofreciendo así una tabla exhaustiva de asimetrías.

Las personas algo cultivadas reconocen los esfuerzos que ha hecho la humanidad para limitar y regular los efectos de la guerra, y se citan a Francisco de Vitoria y otros cuya contribución ha sido notable en la incansable lucha de la humanidad por civilizar sus comportamientos extremos.

En términos de civilidad, se aprecia la evolución de los objetivos militares en los que antes entraba la retaguardia y la población civil. Ahora mismo, mientras arrecian las chanzas e indisimulable regusto por los daños colaterales, los contribuyentes norteamericanos e israelíes hacen un gigantesco esfuerzo económico para evitar muertos entre civiles o daños innecesarios: sus armas de precisión suponen un derroche que asumen.

En un mundo virtual, el argumento de la prueba de armas resulta hipótesis enteca y cara.

La asimetría alcanza su cenit gracias a ese corolario funesto del colonialismo europeo que es el eurocentrismo, por el que no hay comunidad ni dirigente del Tercer Mundo que pueda ser alguna vez responsable de algo, sino todos menores de edad -¡pobre Kant!- y los únicos adultos responsables, Israel y EEUU.