Los muchos años vividos proporcionan a las personas un cierto sentido que funciona cual brújula sensitiva y que ayuda a valorar, a veces con una simple mirada, a las personas que tienes enfrente; en esto del análisis político me sucede muy a menudo; cuando oigo hablar de una persona, y no digamos ya si encima ésta se da a conocer a través de los medios de comunicación, enseguida puedo "catalogarla" o si lo prefieren "etiquetarla" con la seguridad de que no me voy a equivocar; de hecho, he errado muy pocas veces.

Ya me sucedió con Zapatero, aunque a este se le veía venir; también me pasó con el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que predije que no iba a ser capaz de sacarnos de esta crisis haciendo lo que había prometido y que aún no ha hecho ni creo que lo haga; y no me refiero, claro está, al evidente incumplimiento de su programa electoral en relación a que no subiría los impuestos, sino a que debería haber acometido, y desde el principio de su legislatura, con la tarea de reducir drásticamente el elefantiásico estado de las autonomías, verdadero cáncer de nuestra economía y, peor aún, de nuestro futuro político más inmediato, recortando los innumerables privilegios y prebendas de la "casta política española" culpable, por acción o por omisión, de la corrupción generalizada que actualmente existe en muchas instituciones, organismos, partidos políticos y sindicatos; en vez de recortar, como viene haciéndolo, los derechos adquiridos de la inmensa clase trabajadora y llevar a la pobreza y a la desesperanza a la mayor parte de la clase media de este país.

Me pasó también con Eduardo Madina. Nunca me ha gustado, desde un punto de vista político; siempre fue el preferido del aparato y, de hecho, Rubalcaba, nada más seguir los pasos del rey Juan Carlos I, abdicando de todo su futuro, seguramente para que le perdonáramos su negro pasado, puso sus esperanzas de partido en él; lo que no contó, el hasta hace unos días secretario general del PSOE, era que en el gallinero le iban a salir más gallinas, e incluso algún que otro gallo que iban a disputarse la unción de sus encallecidas manos. Y así pasó: quien hubiera podido ser la primera mujer a cargo de la secretaría general, la lideresa del socialismo andaluz, prefirió dar un paso atrás y no complicarse demasiado la vida dejando paso a su "protegido" Pedro Sánchez.

El tal Pedro Sánchez, que lo mejor que se puede decir de él es que ha ganado las elecciones a secretario general del PSOE sin exponer una sola idea de cómo deberían afrontarse los principales problemas de España, ha sabido marear la perdiz, y como el que vende mantas o bragas en el rastro, ha recorrido toda España -por cierto, ¿de dónde sale el dinero para tantas elecciones y para tanto viaje si la mayoría de los partidos están en bancarrota?-, expresando en cada comunidad autónoma a la que iba lo que se supone querían oír los compañeros y compañeras: en Cataluña dijo -aunque poco después se desdijera-, que por encima de todo (?) estaba el derecho a decidir, no especificó si ese derecho se refería a las personas, a los pueblos o territorios, o a todos en general incluidos los animales de compañía; en Galicia y en el País Vasco dijo algo similar; en Canarias, cómo no, señaló estar en contra de las prospecciones petrolíferas; en Andalucía dijo estar a favor de la honradez y de la transparencia de las cuentas públicas, lo cual no deja de sonar a cachondeo; y luego, ya muy en general, y metiéndose en una guerra que no es la suya, ha criticado a Israel y apoyado a los palestinos de Hamás; rematando su penúltima metedura de pata, que ha provocado bochorno europeo, cuando rompió el pacto con los democristianos que su partido, representado por Rubalcaba, había firmado para apoyar la elección de Jean-Claude Junker y Martín Schulz.

Que Dios nos coja confesados si con estos mimbres pretendemos fabricarnos alguna cesta. ¡Menuda tropa!

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