¿Quieren nuestros lectores otro ejemplo de la desidia administrativa en la que nos movemos? Aquí la tienen: "El tercer carril del tramo Sur de la autopista, solo un papel tras 9 años", publicábamos ayer domingo en nuestra primera página. "Invertidos más de dos millones en la elaboración y aprobación del proyecto, así como en el informe de impacto ambiental, no se ha colocado ni una piedra ni se sabe cuándo lo harán". ¿Cosas de la crisis o de la incompetencia?

Se nos abre una puerta a la esperanza cuando oímos hablar de renovación en los partidos políticos. Nos gustaría que, puestos a realizar cambios, se diese un paso más hasta lograr las listas abiertas. El gran mal de la democracia que padecemos son las listas cerradas. ¿Por qué hay que votar por todos los señores y las señoras que nos impone un partido? El día en que podamos optar por candidatos con nombres y apellidos ya se ocuparán los partidos de eliminar a la morralla política de sus filas; a los que llevan años viviendo del cuento y de un sueldo público mientras Tenerife retrocede porque, en un mundo tan competitivo como el actual, quien no avanza se queda atrás.

Como cabía esperar, el consejero de Obras Públicas del Gobierno de Canarias, Domingo Berriel, alude a la crisis para justificar el retraso de este tercer carril. Algo que no comprenden los empresarios del Sur de Tenerife ni el resto de los ciudadanos. La zona sur de la Isla es su gran pulmón económico desde hace muchos años. Sin embargo, como queda un tanto alejada del Parlamento de Canarias y de las sedes de las consejerías del Ejecutivo autonómico, nuestros gobernantes regionales están a salvo del calvario de las colas diarias.

Así no podemos seguir porque este, lo reiteramos, es solo un ejemplo de lo mucho que está pasando. Insistimos en la necesidad de aprovechar este paro vacacional para abordar una profunda reflexión sobre nuestro futuro inmediato. El hecho de que tengamos más de 350.000 parados no se debe a un único motivo; son muchas las causas que se juntan para contribuir al desastre.

Y de un asunto a otro. Para nosotros Lorenzo Olarte es una persona muy apreciada y un político entrañable, pero ya va siendo hora de que se jubile. La labor que deja a sus espaldas es amplia, como decimos, y hemos de agradecérsela. Fue el gran valedor de Canarias durante la etapa de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno central -eran los tiempos de la UCD- y luego en el CDS. Gran parte del cariño y las atenciones que tuvo Suárez con nuestro Archipiélago se la debemos a Olarte, al igual que a otros políticos tinerfeños capaces de hacer ver en Madrid que estas Islas existen y tienen muchas necesidades específicas que deben ser atendidas. No obstante, la época en la vida pública de Lorenzo Olarte ha concluido. Dejamos a un lado su enfrentamiento con Ignacio González a la hora de abandonar el CCN. Lo que nos llama la atención es esa confesión suya, manifestada en la entrevista que publicamos en nuestra edición de ayer, de que en las pasadas elecciones europeas votó por Izquierda Unida para castigar al PSOE y al PP.

No es el suyo un caso único. Muchos ciudadanos han hecho lo mismo, hartos de la corrupción, la ineficacia y las falsas promesas. Un mal síntoma de cómo se encuentra nuestra democracia. Una democracia que, como decíamos antes, "padecemos" porque no es la mejor que podríamos esperar. Un sistema democrático que no facilite la alternancia en el poder está fallando. Sobre todo si quienes repiten en los cargos de responsabilidad legislatura tras legislatura han demostrado sobradamente que no están a la altura que les exigen unas circunstancias concretadas en un desempleo insufrible, unas colas del hambre vergonzosas, unas listas de espera para recibir atención hospitalaria impropias de un país desarrollado... ¿Para qué seguir?

Deberían tomar buena nota de estos desafectos los partidos políticos tradicionales porque, insistimos, la actitud de hastío de Olarte no es un caso aislado como hemos comprobado tras conocer los resultados de esas elecciones europeas. Lo peor que le podría suceder a Canarias es que ese cansancio de los ciudadanos nos haga caer en peligrosos experimentos políticos; es decir, que el remedio sea peor que la enfermedad.