Su nombre de pila es el de Quintero Núñez, virrey de Manila, un prócer herreño que anduvo en tareas de gobierno por tierras de Filipinas, aunque, en realidad, como se la conoce es por la plaza del Cabildo. Cuestión curiosa, porque el antiguo Cabildo estaba en el inicio de la calle Doctor Quintero y sus ventanas traseras, colgadas en lo alto, son las que daban para la plaza. Aunque más acertadamente debería conocerse como la plaza del Ayuntamiento, porque viene a ser una continuidad del mismo, solo hace falta dar dos paso entre la puerta del ayuntamiento y los escalones de la plaza.

Uno recuerda la plaza con un jardín central, protegido con adecuada mampostería, y alrededor del cual se paseaba los domingos por la mañana a la salida de misa, mientras se oía a la banda de música que dirigía don Florencio Castañeda, y en tres de sus esquinas había también cuidadosos parterres, así mismo protegidos, que le daban a la plaza una exquisita prestancia.

Debajo de la plaza, hoy ya incorporada a su solar, estaba la huerta de don Julio Quintero, que se dedicaba a la plantación de papas, así como la huerta de Gonzalo, el zapatero, que nos hacia sufrir cuando se nos escapaba la pelota con la que jugábamos y se hacia el remolón hasta devolvérnosla.

Allí se reunían los chicos de Tesine, de la Calle y del Cabo, para poner en practica los juegos de la época: el escondite, la viga, la piola, monta la chica, a los bandidos, según la película que habíamos visto semanas atrás en el cine Álamo, a la pelota; mientras las chicas jugaban al anillito, al veo, veo, o a saltar a la comba con cuerdas multicolores.

La plaza del virrey de Manila, con raigambre dinástica, o plaza del Cabildo, es tal vez la que guarda y custodia sentidas páginas de la historia de la Isla, no solo por lo que hemos anteriormente mencionado, sino que fue escenario, cuando llegaba alguna autoridad a la Isla, de los bailes ancestrales del grupo de Sabinosa, comandados por las voz y el tambor de Valentina, o de la demostración gimnástica, ya preparados por Bejarano ante los profesores que venían de Tenerife a examinarnos de bachillerato.

Esta plaza, que se hizo en 1913, le dio un significativo impulso cultural y social no solo a Valverde, sino a la Isla en su conjunto. Plaza que se añora porque en ella muchos pasamos los mejores momentos de nuestra infancia, también las primeras miradas confidenciales que hacían que uno sintiera un vuelco dentro de sí, y porque en sus bancos y durante el paseo se desgranaron conversaciones que tenían que ver con las cosas del sentimiento, y que contribuyeron a confeccionar el mejor canto a la vida.