Hoy prosigo con las coñas de mi abuelo con el rebenque que se acercaba hasta La Laguna por un sinfín de motivos, tales como al abogado, pagar la contribución, pelarse o afeitarse, pasar por la ferretería (esto les encantaba), estar presente en el día del Corpus, en las fiestas del Cristo, Semana Santa..., o ir sencillamente a uno de lo cuatro cines que había en la década de los cincuenta y sesenta. Eso sí, el mago, viniera de La laguna o lo que fuera, siempre llevaba una carpeta de color azul con "gomáticos" de color blanco.

El caso que voy a comentar sucede una tarde en la que entra un mago, manta esperancera incluida, en el despacho de mi abuelo. Se sienta y empieza a meterle tremendo rollo sobre unos pedazos de tierra que tenía en Tegueste: que le habían cambiado la linde, que si el jalón lo habían robado adrede..., y así, cuando el mago parecía que iba a terminar, el belillo coge de nuevo fuerzas y, aunque ustedes no lo crean, empieza de nuevo con la misma cantinela.

Serían cerca de las ocho de la noche cuando suena el teléfono del despacho, con un sonido muy distinto al actual, pues se parecía bastante al repiqueteo de una pequeña campanilla. En ese momento mi abuelo para en seco al mago y le comenta que está oyendo misa por teléfono, trasladándose mi abuelo hasta el celular, el cual tenía un remedo de reclinatorio algo mullido, y con una mano cogía el celular y con la otra se persignaba, arrodillándose a continuación.

Pasados unos minutos, mi abuelo le suelta al mago:

-Arrodíllese, coño, que está alzando en la catedral.

Y el pobre belillo, sin dudarlo un instante, se arrodilla, haciendo al mismo tiempo la señal de la cruz, con especial recogimiento, para a continuación el coñista de mi abuelo decirle:

-Mire, la misa ya terminó; se lo digo por si quiere seguir mandándome el rollo, y de paso sus problemas.

Decirles que mi abuelo materno estuvo casado con Concepción Tristán, habiendo procreado dos hijos: Isabelita y mi padre, Juan, que de vivir tendrían ahora 100 y 99 años, respectivamente, y mi tía ingresó como monja de clausura en el convento de Santa Catalina, de la orden dominica, de la plaza del Adelantado, en el que entrara dos siglos antes también como monja la sauzalera María Delgado León, conocida más popularmente con el nombre de la Siervita, y que todos los 15 de febrero se quita la tapa de su sarcófago para poder admirarla tal y como murió, al estar incorrupta desde hace tres siglos.

En un artículo anterior ya comenté que mi abuelo, con toda la familia, veraneaba en la Punta del Hidalgo y tenía como vecinos, entre otros, a Celestino Pérez Ramos, candidato a "rebenque" entre los que hubiera, y como botón de muestra les cuento que en cierta ocasión le presentan al universal pintor Pedro González, que llegara a ser senador por designación real. He aquí que tras la presentación el "rebenque" de Celestino le dice a nuestro querido pintor: "Coño, si usted llega a sacar la mitad de la inteligencia de su hermano don Antonio". Surrealista, ¿o no?

Una tarde están mi abuelo y Celestino Ramos por fuera de casa de mi pariente con unos prismáticos observando el movimiento que había en el Puertito, y de paso ver a las "pibas" que subían en traje de baño, eso sí, de "one only piece", de la playa de callaos del Roquete, en la que tenían casa los Ribot, Trino Peraza de Ayala (hermano del barón o "macho" de Ayala) y el comerciante lagunero Fernando González, "el Cocinilla". Se pasaban los prismáticos el uno al otro, y en determinado momento le pasa Celestino Ramos los prismáticos a mi abuelo diciéndole:

-Fíjese, don Juan, lo buena que está la piba que está subiendo por la vereda.

A lo que mi abuelo responde:

-Pero, coño, Celestino, si esa es su hija Juana.

No me digan que no es para nitrarse.

Una tarde está mi abuelo sentado en un banco de la plaza de la catedral, y en su mano tenía una moneda que lenta y rítmicamente pasaba por la superficie del citado banco una y otra vez. Fue entonces cuando pasa un amigo y le pregunta:

-¿Qué está haciendo, Juan?

A lo que contesta mi abuelo:

-Aquí, gastando la última perra.

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Un tipo en un guachinche dice: "Oiga, jefe, ¿el pescado viene solo?". A lo que contesta el jefe: "No, hombre, yo se lo traigo".

Hasta la próxima, y no me fallen.

*Pensionista de larga duración