Juan Cruz ha vuelto a las páginas de EL DÍA. Ahora puedo leerlo con calma porque yo no suelo, ni quiero, entrar en El País. Me parece el órgano oficial del partido socialista, aunque no lo sea. Recuerdo que Juanito escribía, con solo 13 años, en Aire Libre. Yo era mayor y utilizaba cuatro seudónimos para intentar el despiste: Tinguaro, Mencey, Espectador y Daute. ¿Verdad que no lo sabías, amigo Juan?

Pero ahora que llega Cruz Ruiz noto más la ausencia del neurólogo Fernando Fernández -estuve una vez en su consulta; ¡por algo sería!- y la de Andrés Miranda. Vamos a ver, amigos: ¿dónde se han metido ustedes, a quienes yo leía con sumo agrado todas las semanas? Espero que vuelvan al redil, de donde no debieron marcharse. Los lectores los echamos mucho de menos.

Menos mal que me quedan Emilio Racionero y Alejandro de Bernardo. A Emilio, que es un melómano enfermizo, lo conocí, hace un montón de años, cuando venía a Garachico, como un perrito faldero, detrás de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, a los conciertos que se celebraban -aún se celebran de vez en cuando- en el convento dominico. ¡Ay, Emilio, cuánto gozabas! De Alejandro de Bernardo puedo decir que me gusta mucho su estilo literario, aunque no comparto, algunas veces, sus puntos de vista políticos. Cada cual es cada cual.

Suelo pasar de largo cuando me tropiezo con trabajos de Juan Jesús Ayala y José Vicente González Bethencourth. Debe ser porque yo estoy muy, muy lejos, muy lejos del independentismo y del socialismo. Repetiré, una vez más, que soy español por los cuatro costados. Y vuelvo a decir que cada cual es cada cual. Pero en los trabajos de los señores que cito debería primar la imparcialidad y yo no alcanzo a verla.

Mi aguerrido amigo Andrés Chaves, en un reciente artículo, ha citado a Upa Lupa. Yo digo Hupalupa, todo junto y con hache al principio. Pero, además, Andrés de mi vida, olvidaste decir que Hupalupa, independentista hasta la médula, nació en Garachico el día 11 de diciembre de 1945, que tiene calle en su pueblo y que sus restos mortales reposan en el cementerio de Santo Tomás de Villanueva, en su pueblo y el mío. Y que su nombre completo es Hermógenes Afonso de la Cruz. ¡Andrés, Andrés: repásate el motor!

Nada sé de mi querido amigo Pancho Ayala. Desde aquí te envío mi mejor abrazo. Últimamente habías cambiado mucho en tu modo de pensar, pero yo te sigo apreciando. Desde hace más de sesenta años.

Don José María Segovia, que escribe desde Madrid y con quien mantengo una cordial y regular correspondencia, me habla de gente que yo no conozco. La excepción ha sido el bueno de Opelio Rodríguez Peña, con quien coincidí en la Academia de don Victoriano López, cuando ambos estudiábamos Bachillerato. La academia estaba en la calle que entonces llamábamos de Los Campos. Hoy creo que se llama doctor Naveiras. Los profesores eran el ya citado don Victoriano López, don Aniceto Gutiérrez, don José Arozena Paredes, don Antonio Naranjo y el cura don Evaristo. Si hubo otros, se me han olvidado. Señores, les hablo del año 1942. Ya ha llovido mucho desde entonces. Frente a la academia vivía el nadador Gunnar Beuster, alemán de nacimiento, pero que nadaba en el equipo de Canarias con el que fue campeón de España un año y otro. Me parece que Gunnar fue el primer nadador que en nuestra patria bajó del minuto en los 100 libres, aunque no estoy muy seguro. Era la época de Calamita, Alfonso y Raúl Wéller, Manolo Guerra, el bracista portuense Fermín Rodríguez, el toscalero Esteban Fernández...

Cuánto extraño a Enrique González, Gran cardiólogo, gran escritor, gran amigo. Desde aquí te digo: ¡Reza por mí y espérame en el Cielo! Creo que lo cantaba Machín, el gran don Antonio Machín, el de las dos gardenias. Pero no estoy seguro.

Imagino que doña Mercedes, directora de este periódico, me perdonará tantas divagaciones. Espero que sí porque tengo a mi favor a don Julio Rodríguez, a quien envío cada semana mis monsergas sabatinas y va a seguir ayudándome. ¿Acierto, don Julio?

Y nada más por hoy. Descansen ustedes un poco, como descanso yo.