El otro día coincidí en Varsovia con un motero madrileño llamado Víctor. Iba camino de San Petersburgo para seguir luego hasta Moscú y descender posteriormente hasta Georgia, Armenia y Azerbaiyán. El regreso lo hará por Turquía y los Balcanes. Todo un periplo que le ocupará mes y medio -piensa estar de nuevo en Madrid a mediados de septiembre- de carretera y moto... allá donde haya carreteras, claro. Para ir haciendo boca, el trayecto entre la capital de España y la de Polonia no le ha llevado mucho tiempo. Una escala en el norte de Francia -nación, según me comentó, en la que nada o casi nada le queda por ver-, otra en Praga y la tercera parada directamente en Varsovia. "Es que Polonia es un país muy aburrido, quitando cuatro o cinco lugares", dijo mientras se escabullía hacia el comedor del hotel antes de que cerraran y lo dejasen sin cenar. Le deseé suerte en su aventura. "Sólo dos paradas para dormir entre Madrid y Varsovia", pensé cuando me quedé solo. Algunos domingos salgo con moteros en Tenerife y nos detenemos tres veces entre Icod y La Orotava para "echarnos algo" en el guachinche de turno.

No sé si Gdansk, en el norte de Polonia, es uno de esos lugares de visita obligada a los que se refería Víctor. Supongo que no porque se trata de una ciudad industrial que conserva bastante bien la hediondez de la arquitectura socialista. Entiéndase de la época del comunismo tras el telón de acero cuando Europa estaba dividida en dos mitades, una de ellas asquerosamente capitalista y la otra convertida por Stalin en el paraíso del proletariado aunque los proletarios, ironías del asunto, se jugaban la vida por escapar de allí y caer en las garras del sistema explotador imperante en Occidente. Algo que nunca ha sido capaz de explicarme ningún progre, ni nadie de melenas similares, acaso porque no tiene explicación alguna.

Gdansk no es, sin embargo, una ciudad cualquiera. Personalmente me gusta más su nombre antiguo. Danzig se llamaba cuando era una urbe alemana de la Prusia Oriental. Un territorio teutón separado de Alemania por el corredor polaco, o el corredor de Danzig, según se acordó en el Tratado de Versalles al final de la Primera Guerra Mundial. Recuperar ese corredor fue uno de los motivos que llevaron a Hitler a iniciar la segunda contienda planetaria. Se dice que desde el castillo de Danzig se disparó el primer cañonazo de la Segunda Guerra Mundial. En realidad, las tropas alemanas invadieron masivamente el corredor y expulsaron a los polacos, que a su vez echaron a los alemanes cuando acabó la guerra. Lo de siempre El segundo acontecimiento que saca a Gdansk del ostracismo provinciano es la creación del sindicato Solidaridad, liderado por Lech Walesa, que a la larga supondría el fin del régimen totalitario en Polonia y la caída, como fichas de dominó, de todo el bloque soviético en los años siguientes. Luego vendrían el papa Juan Pablo II, el presidente Reagan, Gorbachov y todos los demás, pero el sistema empezó a agrietarse en los astilleros -hoy un tanto decadentes- de Gdansk.

No sé si las ciudades eligen ser lo que han sido o es el destino el que las selecciona para incorporarlas a la historia. Lo único probable es que ni a Günter Grass, ni a Fahrenheit, ni a Schopenhauer les preguntaron antes de nacer si querían venir a este mundo en una ciudad residualmente industrial, algo sucia y bastante excomunista a la que llegué en moto y en moto me fui de ella dos días después, sin pena ni gloria.

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