Se pregunta un conocido articulista -provocador de profesión y oficio, además de catalanista irredento- dónde están las manifestaciones ahora que están masacrando a católicos. "¿Dónde están las manifestaciones contra el Estado Islamista, contra su barbarie, contra su obsesión sanguinaria? Lo tendrían fácil los manifestantes: son actos despiadados. ¿Dónde están las campañas de Internet que vimos en favor de Gaza? ¿Dónde está el odio que vimos contra Israel, y que estamos acostumbrados a ver contra los Estados Unidos? ¿Dónde están los que le gritaban asesino a Aznar? No están en ninguna parte, porque ni les importa la libertad, ni les importa la vida".

A buenas horas se entera Salvador Sostres de cuáles son las cuitas -o los quitasueños- de la progresía andante. No hay que ir muy lejos ni en el espacio ni en el tiempo para leer lo que opina alguien a quien José Rodríguez -tan controvertido, tan recordado, tan lúcidamente visionario- tenía por un analfabeto. Hombre, por analfabeto no, pero zascandil sí lo he considerado siempre, pero en fin. Sea como fuese, ese alguien, a quien no voy a citar por su nombre porque ni tengo ganas, ni me da la gana, lamenta a menudo que la Iglesia católica no sólo se inmiscuye en los asuntos de la sociedad civil, sino que incluso quiere imponer su canon como en los infames tiempos del franquismo.

La Iglesia católica española tiene mucho que ver con el atraso irredento de este país. La España negra siempre empezó por las sotanas. Pero hasta ahí. Hoy no es así. La propia Esperanza Aguirre dijo en su momento, cuando presidía la Comunidad de Madrid, que "sólo faltaba que ahora hiciésemos lo que dice el Papado". Manifestaciones que realizó no recuerdo respecto a qué asunto, pero las hizo. Nada que ver con determinados ministros de Rajoy. Tres ministros que tampoco voy a citar para no ser demasiado específico -si bien sobra ser específico respecto a lo que saben hasta los chinos de Lavapiés-, pero en modo alguno todo el Gabinete del gallego.

Sentado esto, la Iglesia católica tiene pleno derecho a convocar manifestaciones contra el aborto o el matrimonio gay, o a favor de lo que estime oportuno, siempre que se atenga a las normas establecidas. Algo -el someterse a las normas- que no hacen muchos grupos antisistema tan del agrado del progre con adosado y coche de alta gama. Negarles esa potestad a los curas y obispos es cercenar el derecho a la libre opinión. Pero no, apreciado Sostres. Ni por un asomo pienses que esto será así alguna vez en esta España que tú ves desde esa Cataluña a la que sientes como una entidad nacional. Por cierto, un día de estos le quito la o final a mi nombre, paso a llamarme Ricard Peytaví y doy el pego como nacionalista de la butifarra. ¿No me dirás que Ricard suena tan catalán como Artur, verdad? O que Peytaví, apellido del Rosellón -del Languedoc, me corregía el otro día el recepcionista de un hotel de Reims-, no desentona frente a los Mas o los Pujol.

Bueno. El folio, afortunadamente, se acabó. Gracias, amables lectores, por permitirme estas ironías. Este agosto no está para demasiados trotes.

rpeyt@yahoo.es