1.- Me escribe una abogada para denunciar el fraude cometido a diario por la mafia rumana en el tranvía. Se suben las mujeres en los vagones y entregan a los pasajeros un impreso plastificado en el que puede verse a un niño con apariencia de enfermo. Luego pasan a recoger el impreso y a pedir una limosna que es, sencillamente, un fraude, porque ni hay niño enfermo ni ocho cuartos. Esta gente forma parte de la mafia rumana que actúa también en semáforos de la ciudad y cuyos miembros están repartidos por sitios estratégicos, incluidas las puertas de las iglesias. Se reproducen como hongos y su presencia es, en ocasiones, bastante molesta. Son distribuidos cada mañana, muy temprano, en furgones, y colocados en sus pintorescos "centros de trabajo"; y la recaudación se entrega a los capos que controlan estos clanes familiares. Son centenares y actúan preferentemente en Santa Cruz y en el Sur de la isla. De las mismas mafias son los trileros que estafan a los turistas. No hay ley que los tumbe, entre otras cosas porque en este país las leyes contra la mendicidad y la estafa callejera o no existen o no se aplican.

Y, claro, estas mafias cuentan con un paraíso en España. No dan golpe sus componentes, viven de la mendicidad, de la picaresca, de la estafa y del robo. Se saben todos los trucos y cuando los detienen, si los detienen, no llevan dinero encima. Porque un recaudador pasa tres o cuatro veces al día y se lleva lo estafado para ponerlo a buen recaudo. Esto está pasando a diario en la isla, a donde han llegado en tropel los miembros de estas bandas que generalmente actúan en capitales y en lugares turísticos muy poblados.

3.- Lo raro es la pasividad policial. Hay muchas maneras de aburrir a esta gente, si la policía no tuviera elementos legales para quitarlos de la calle. Si llevas sobre ellos un control más o menos exhaustivo, se van. Porque entonces ya no encontrarían facilidades para ejercer su "trabajo": bajarlos del tranvía cada día, multarlos (si no pagan el billete), solicitarles la documentación y aplicar la ley a los ilegales. Todo esto les cabrearía mucho y acabarían por irse. Y no es más que cumplir la ley, ni es acoso, ni es nada ilegal. Porque molestan mucho. Y esta es una sociedad que vive del turismo, al que es preciso cuidar para que el turista vuelva.

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