Almuerzo con un médico en Madrid. Un encuentro breve entre la salida de uno de sus trabajos y la entrada en otro. Es investigador en una multinacional farmacéutica. Las cosas le van bien. Sin embargo, no renuncia al ejercicio de la medicina. Por las tardes pasa consulta en los centros de salud de localidades aledañas a la capital. En verano, cuando está de vacaciones en la farmacéutica, dobla el turno y atiende a los pacientes mañana y tarde. Dice que lo hace porque necesita dinero para que sus hijas estudien en un colegio como Dios manda y no lleguen luego a casa soltando palabrotas. No creo sus palabras. El problema es otro, aunque lo omito porque pertenece a su esfera personal.

Durante la breve comida me cuenta anécdotas del centro de salud. Tiene en sus manos proyectos de investigación de importantes medicamentos contra el cáncer -su especialidad es la oncología-, pero la atención primaria acapara la mayor parte de sus afanes profesionales. En agosto, en vacaciones, la gente deja de acudir a los ambulatorios. La gente no se enferma en vacaciones. O se enferma menos. Ocurre lo mismo en los puentes. Una vez me relató una TS -entonces había TS-, casada con un médico que en otra época fue uno de mis mejores amigos, el diálogo entre dos viejecitas en un ambulatorio de Santa Cruz. "Tantos días sin verte", le dijo una a la otra. "Es que he estado mala", le respondió su interlocutora. l parecer, sólo iban al centro sanitario cuando estaban bien de salud. nécdotas divertidas para quitarle algo de hierro al estado en que se encuentra la sanidad pública; situación, dicho sea de paso y sin ánimo de reincidir en dramatismos, que no está para muchas bromas.

Pero sigamos con agosto y sus calurosas peculiaridades. Hoy este mes, vacacional por excelencia no únicamente en Madrid sino en toda España, entra en su fase final. Poco a poco el país comienza a desperezarse del sopor canicular en el que ha estado inmerso durante las tres últimas semanas. Consideran algunos un error que casi todo el mundo se marche de vacaciones el mismo mes. Un desastre, dicen, para la hostelería y las compañías aéreas, abocadas a una estacionalidad exagerada. De un modo u otro, comparte agosto con diciembre una retahíla de buenas intenciones; un sinfín de promesas que nos hacemos a nosotros mismos de cara al futuro inmediato. ño nuevo, vida nueva. Y después de las vacaciones, también.

No es eso. Maestros consumados en el autoengaño -que siempre ha sido el peor de los embustes-, sabemos cambiar someros detalles para que todo siga igual. Y ni siquiera. Los sabios que estudian la mente humana han descubierto que cada vez que recordamos un hecho del pasado, éste queda modificado ligeramente al reintegrarlo a nuestra memoria. l final tenemos dos vidas: la que realmente ha sido y la que pensamos que fue. Somos así. Cien años de proyectos, como decía a menudo otro amigo con el que ya ni siquiera almuerzo una vez al año por el mes de agosto.

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