Si por algo no hay que tomar sus ensayos es por crítica literaria -salvo que expresamente lo sean por académicos-, pese a que la literatura esté tan presente en ellos. La nota diferenciadora de García Ramos estriba en que, como los intelectuales clásicos, interviene de forma directa en el espacio público para tratar de influir en él. Lo que no le ocurre a su admirado Claudio Magris, para el que las regiones naturales, la mentalidad transfronteriza y la intrahistoria carecen de todo posible influjo deliberativo en la esfera política. Ha sido el único que ha tratado de conferir a la identidad colectiva canaria (y si remueve el nacionalismo, mejor), acudiendo para ello a las armas o instrumental de la teoría, de una elaboradísima reflexión crítica con la que asentar una reformulación del nacionalismo -de hecho inventar, haciendo buena la definición del nacionalismo de Hobsbawm, de "tradición inventada"-.

Hay dos corrientes nacionalistas en España: una burguesa, etnicista, decimonónica (que inspira los nuevos regionalismos económicos), y otra conocida como nacionalismo de izquierda, que entronca con los austromarxistas socialdemócratas de la "cuestión nacional" y los movimientos de liberación nacional, entronques ambos igual de caducos. García Ramos se abstiene de entrar en ninguna de esas dos adscripciones genéricas, reelaborando por completo las bases de sustentación de la identidad colectiva, en este caso canaria.

En un capítulo de mi trabajo "El ensayo en la literatura canaria" dedicado al autor, hacía hincapié en que, al final, él también quedaba preso en la determinación geográfica, toda vez que la atlanticidad no era más que una ampliación de ese omphalos insular. Evidentemente había sido muy reduccionista. Cuando la geografía acoge tal espacio intercontinental y distintos periodos no cabe hipostasiar la geografía. Por lo que mi argumentación de allí merece ser revisada como estoy haciendo

García Ramos prescinde de toda dogmática y prejuicios fuertes al uso: etnia, orígenes, voluntad colectiva o cualquier determinación análoga. Su ensayo se centra en la literatura habida entre continentes, en los diálogos mantenidos, pero no para hacer una crítica literaria de las fuentes, sino para tratar de adivinar y entresacar una comunidad de imágenes, un flujo de cosmovisiones, la sedimentación de ideas vertidas por terceros sobre cómo fuimos vistos y descritos -sobre lo que abundó Edward Said en su libro "Orientalismo"-, es decir, rescatar un imaginario y con ello arquetipos y figuras, representaciones colectivas sobre las que asentar la identidad en lo más profundo de los pueblos: la intrahistoria, sin nada de estupendas derrotas que recompensen el victimismo. Relatos y diálogos en lugar de prehistoria y etnicismo. El nuevo horizonte y sustancia de las identidades colectivas. Como poco habrá que reconocer en García Ramos la originalidad.

Es con todo ello como trata de suplir lo característico de los viejos nacionalismos: mitos de origen, derrotas y victimismo, bases identitarias restrictivas y monistas..., incardinando su nacionalismo o identidad colectiva en las coordenadas actuales que toman en cuenta como fuente de legitimidad diferentes narrativas. Pluralidad y mestizaje.

El escritor israelí Amos Oz, en el reciente libro escrito con su hija "Los judíos y las palabras", vendría a avalar a nuestro autor al cifrar la identidad de los judíos no en la continuidad de sangre o religión, sino en la de los textos, en los diálogos que mantendrán con la tradición y textos antiguos. Lo que para Oz son conversaciones intergeneracionales, para García Ramos serán intercontinentales, atlánticas, sobre una misma base: la palabra y su influjo, los textos intercambiados. Por tanto, la orientación que ha seguido nuestro autor no es muy distinta de la que propone Amos Oz, y supone un giro absoluto de la idea de nacionalismo.