Desde que hace unos cuantos años . José Rodríguez (q.e.p.d) tuvo la gentileza de admitirme como colaborador de EL ÍA, todos los veranos escribo sobre El Médano. Lo frecuento desde 1953, fecha en que lo descubrí, y desde entonces le he sido fiel. Reconozco las bondades de Los Cristianos, Playa de las Américas o Playa Santiago, pero El Médano tiene algo especial, podríamos decir más familiar, menos cosmopolita, que no se aprecia en los lugares antes mencionados. La playa, el entorno de la plaza, el paseo hasta el hotel Playa Sur Tenerife, reúnen las características suficientes para hacernos pensar que estamos en una especie de paraíso, alejados del tráfico de vehículos y de todo lo ciudadano. Algunas noches, cuando la marea apenas roza los pilares del solario del hotel Médano y la playa se nos ofrece en toda su amplitud, con la imponente mole de Montaña Roja protegiéndola, la mejor opción es sentarse en Casa Fefo y experimentar nuestra pequeñez ante el cielo tachonado de estrellas y el frescor de los alisios.

Me duele El Médano como si fuese uno de sus moradores, y no soy yo el único que lo siente como algo propio. A mí, concretamente, cuando veo en los periódicos su nombre es lo primero que leo, de modo que aprecio el gran trabajo que el alcalde de Granadilla, Jaime González Cejas, y su equipo de concejales están llevando a cabo en esa zona. Sé, porque lo constato, la gran labor que han realizado durante su mandato, y aplaudo el hecho de que continúan en la brecha sin desfallecer, de que no creen que todo está hecho, de que falta mucho por hacer para colocar El Médano en el lugar que merece, lo cual es cierto.

Me decía un buen amigo que quien tiene una finca y quiere explotarla no debe esperar unos resultados demasiado buenos. El coste de la mano de obra, la carestía del agua, la inestabilidad del tiempo y los mercados hacen el negocio complicado. Siempre hay que invertir, bien en el afianzamiento de un muro, la adquisición de abonos o la reposición de maquinaria. Pues lo mismo ocurre con las ciudades, donde a menudo la mala conciencia de la ciudadanía multiplica los gastos que genera la conservación. Pero así y todo, aunque el presupuesto escasee y a veces no haya lo suficiente para emprender ciertas obras, es preciso acometerlas por el peligro que suponen para la integridad física de los usuarios.

Me da pena decirlo, pero, como lo he hecho en otras ocasiones, no me importa hacerlo una vez más: la playa de El Médano es potencialmente peligrosa, no para los que acudimos a ella con frecuencia, pero sí para los no vernáculos. Me apresuro a decir, sin embargo, que solo cuando hay pleamar, pues es entonces cuando el agua cubre las tres o cuatro rocas que entorpecen el acceso. En bajamar son perfectamente visibles y los bañistas las evitan. No ocurre lo mismo en caso contrario, ya que si alguien -un foráneo- se arriesga a entrar en el agua corriendo -mucha gente lo hace para evitar la primera impresión de su frialdad- se encontrará inesperadamente con un obstáculo que puede ocasionarle graves lesiones; algo que ya ha ocurrido.

Conversando con otros habituales a El Médano me he atrevido a sugerir la idea de que una pala mecánica al menos descreste estas peligrosas rocas, que las deje al nivel de la arena, que de alguna manera evite su latente peligrosidad, pero intuyo que al colectivo ecologista esta medida no le gustará pues ello ''cambiaría'' el paisaje. No obstante creo que el Ayuntamiento de Granadilla debería hacer algo al respecto. Hay sobre todo una roca, la situada enfrente del edificio Costa Roja, cuyo peligro es notorio. Cuando en tantas playas isleñas limitadas por abruptos acantilados se evita la caída de rocas mediante la utilización de mallas metálicas, no parece lógico cerrar los ojos y no corregir lo que las circunstancias pueden convertir en fatalidad.

Habría otra posibilidad para resolver el problema que planteo si la actuación de una pala mecánica resulta inasumible: colocar encima de las rocas en cuestión, bien sujetas con cemento rápido durante una bajamar, unas banderolas rojas que avisarían del peligro en pleamar. Si tantas banderas avisan al usuario de los posibles peligros -estado de la mar y el viento, presencia de medusas...-, no creo que las que propongo ''modifiquen'' el aspecto de la playa. Y aunque lo modifiquen: vale más una vida humana que un paisaje.