La crisis política que está sufriendo Francia -cuatro Gobiernos en dos años, una absoluta desmoralización, una total ineptitud para resolver los problemas de los ciudadanos- y la clara división del socialismo francés no difiere mucho de lo que sufre hoy toda la izquierda europea: saben de dónde vienen, pero ignoran dónde están y dónde quieren llegar. Saben quiénes y por qué les votaban, pero desconocen cómo recuperar a los que se han ido a otros patios. Quieren seguir fieles a sus raíces, pero el mundo exige respuestas nuevas y diferentes que no tienen. Al menos, por ahora.

El dramático fracaso de Hollande, como el de Zapatero o el de Renzi -que prometía, pero no avanza- es grave porque a su derecha hay políticos que están dispuestos a gestionar la escasez, a pagar el precio de la crisis y a repercutirlo sobre los más débiles, y, a su izquierda, nacen populismos que si tocaran poder -y me temo que lo harán- pueden sumirnos en otra noche oscura de la economía. El socialismo se debate en una pura contradicción: ser fiel a su historia (sus principios "obreros", la lucha de clases, la defensa a ultranza de lo público y la demonización de lo privado) o buscar los nuevos retos de la izquierda en un mundo radicalmente distinto al que dio lugar al socialismo actual. Si opta por la moderación, es posible que a corto plazo la izquierda "real" les empuje al precipicio. Si opta por la radicalidad, la derecha moderada y pragmática les superará siempre.

El PSOE optó por cambiar los nombres antes que el proyecto y el nuevo secretario general tiene todo por demostrar: que hay ideas nuevas y cercanía a los ciudadanos, que va a promover la vertebración de la sociedad civil, que va a apostar por la austeridad y la ejemplaridad. El peligro es que se convierta en una Zapatero bis, lo que no es descartable, aunque hay que esperar que él y los suyos hayan aprendido del error que nos llevó a una de las peores crisis económicas de la historia. Si los dirigentes socialistas -y los demás- se callaran hasta que tuvieran algo inteligente que decir, no sólo se haría un gran -y positivo- silencio en la vida pública española, sino que ganarían mucho en credibilidad. Decir, como ha escrito, el nuevo número 2 del partido, César Luena, que "cambiar España es derogar la reforma laboral que desempolva en el siglo XXI condiciones del XIX" no sólo es una simpleza demagógica, sino una bobada. Lo que necsitamos es que nos digan su fórmula para crear más empleo, mejor retribuido y más sólido.

Es posible que Pedro Sánchez pueda "acabar con los males de nuestra economía" que, según él mismo, "la política no ha resuelto durante los últimos 30 años", 10 del PP, claro, pero también 20 del PSOE. ¿Y cómo lo hará? Recuperar un socialismo inteligente y pragmático, pegado a las necesidades sociales de 2014 tanto como a la realidad de nuestra economía, es un problema de supervivencia. De la suya y, seguramente, también de la nuestra. Que aprendan del "mal francés".