Décadas atrás se puso de moda provocar la denominada lluvia artificial. El nombre no es afortunado ya que la técnica se limitaba -y lo sigue haciendo en la actualidad- a sembrar las nubes con yoduro de plata para que las microgotas de agua dispongan de núcleos sobre los que cristalizar en forma de hielo. Así adquieren el peso suficiente para vencer el impulso de las corrientes de aire ascendentes y caer al suelo. Los detalles son un poco más complicados pero los omito porque este folio no es el espacio más adecuado para un ensayo científico. Omisión por la cual pasado mañana me rebosará el correo-e con notas de señores tan expertos en la materia como dispuestos a enmendarme la plana. Qué le vamos a hacer.

Recuerdo que por aquella época también se quisieron hacer algunos de tales experimentos en Canarias. Algo que determinados eruditos calificaron inmediatamente de absurdo porque en un continente el agua termina por caer en tierra firme, pero en unas islas, como es el caso, lo más probable es que al final lloviese sobre el mar. Objeciones técnicas que no le impidieron a un individuo al uso mecanografiar un artículo y remitirlo a este mismo periódico con la peregrina teoría de que alguien quería aprovechar los fondos públicos destinados a la investigación -como si en España, y más concretamente en Canarias, alguna vez se hubiese gastado una suma significativa de dinero público en investigar- para beneficio propio. Aquel mentecato venía a decir que aunque algunos patios eran igual de particulares que los demás, sus propietarios querían que cuando lloviese se mojasen más que los de los vecinos.

Sea como fuese, se produjeron algunas inundaciones imprevistas en Estados Unidos, varias de ellas en California, una de ellas con varios muertos. Motivo suficiente para que se prohibiesen los experimentos de lluvia artificial con el apercibimiento de penas de cárcel para los infractores. Lo más curioso de todo este invento es que casi medio siglo después sigue sin estar científicamente demostrado que la siembra de nubes con yoduro de plata sirva para algo. Los detractores del montaje aseguran que la lluvia se produce de cualquier forma, pues no todas las nubes son aptas para provocar precipitaciones; sólo aquellas que ya están a punto de descargar, por así decirlo. En sentido contrario, los entusiastas del sistema aseguran que los datos obtenidos con satélites y radares meteorológicos demuestran que lo conseguido hasta ahora no se debe a la casualidad.

Al margen del debate científico, siempre interesante en sí mismo, cuatro años de sequía intensa en gran parte de Estados Unidos han conseguido que tanto la Administración como los particulares, de forma especial los agricultores, estén invirtiendo millones de dólares en retomar estas líneas de investigación. Lo mismo ocurre por todo el planeta. Los chinos, sin ir más lejos -o yendo todo lo lejos que uno quiera- ya no saben qué hacer para exprimir las nubes.

La moraleja es que tras algunos años de crisis económica global, mayoritariamente superada a día de hoy -España es diferente-, cuando menos lo esperemos tendremos una hecatombe ambiental igualmente planetaria de la que no nos será tan fácil salir. Eso si antes no nos hemos muerto de sed.

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