El PC de Carrillo apartó la melancolía republicana para aceptar la monarquía y la bandera histórica, aprovechando para hacer pedagogía política: una cosa era la forma de estado y otra su materialización constitucional para que todos los derechos y libertades estuvieran garantizados. Felipe González impuso dos veces sus puntos de vista al PSO: renuncia al marxismo y entrada en la OTAN. Adolfo Suárez logró contra viento y marea la Transición.

Así es como se forjan los liderazgos, la acción política se inviste de valores estratégicos para afirmar la prevalencia de un horizonte de cierta trascendencia y esperanza. Por supuesto siempre se realizará desoyendo la opinión común, la inercia, el miedo a lo nuevo y a todo cambio, y con el coraje de ir contracorriente cuando el bien común así lo exija. s lo que se espera de los políticos, y que no abdiquen del mandato de representación democrática que ostentan para gobernar por el interés general y el desarrollo y bienestar de la población. Desgraciadamente para nuestra tierra, todo lo que suponga progreso y desarrollo material, obras públicas y uso de fuentes de riqueza va a encontrar la hostilidad popular, empíricamente demostrable: movilizaciones. Algo que al parecer no llama mucho la atención de nadie, a pesar de su unívoca casuística. Que siempre se da bajo un ecologismo esencialista, selectivo y muy feliz, y en nombre de la quietud, el miedo al cambio, al mero movimiento. Pensamiento mágico que confía a un tiempo en el maná bíblico y el antropológico.

Como decía Tony Judt (socialdemócrata británico y paladín de los servicios públicos), el llamado progresismo se ha convertido en un vector conservador de la sociedad, por cuanto ha pasado a ser la gran fuerza de choque contra cualquier novedad, tentativa, ensayo, ocasión... sin idear ni una sola fórmula de avance en la economía global.

Ahora que se habla tanto de las rencillas internas del nacionalismo canario, no estaría de más plantearse qué tipo de nacionalismo es ese que rehúye poner en primer lugar el desarrollo material y el bienestar futuro de Canarias, y es capaz de prescindir de fuentes de riqueza, incluso de su posibilidad. No es posible imaginar en esa actitud de seguimiento a una opinión popular conservacionista, abdicando de su mandato representativo por satisfacer esos rumores de calle, a quebequeses, escoceses, catalanes y vascos, orgullosos de su desarrollo económico, autosuficiencia y confianza en sí mismos. Debemos estar hablando de cosas realmente antitéticas. Creemos que no puede existir ningún nacionalismo que se estructure en la dependencia y obtención de recursos, ayudas y ventajas provenientes de otros poderes públicos externos como alimento natural, como si esa fuera la función primordial de una ideología, plegándose además a las potencias de la calle más conservadoras y devastadoras para el futuro del Archipiélago.

n lugar de apoyarse en soviets de políticos, vecinos asimilados y ecologistas, de combinar "lucha institucional y lucha de masas", y volver a hacer seguidismo también de otro furor de moda: el decisionismo (cuyo único padrino por fuerza es Carl Schmitt), el Gobierno debería de hacer estudios de formación profesional y universitaria sobre extracción de combustibles fósiles, logística, mantenimiento, asistencia y proyección en toda el área próxima (hasta el golfo de Guinea). Bajo esas nuevas condiciones funcionales y técnicas -con profesionales cualificados, empresas y emprendedores- Canarias debería tener mucho que decir. No tendría competencia en la región, donde el petróleo abunda -a la espera del fracking- y con la garantía de que somos uropa. No hay muchas oportunidades, y los gobiernos tendrían que estar para aprovecharlas, no para tumbarlas antes de nacer.

A cambio, que siga el ruido, la abdicación y la alegría.