Sinceramente, no sé por qué he puesto ese título al artículo que la gentileza de EL DÍA me permite publicar cada semana. Para quienes no lo sepan, Ayn Rand es una novelista americana nacida en Rusia. Su verdadero nombre fue Alissa Ziknóvievna Rosenbaum y adquirió gran fama gracias a tres novelas: "Los que vivimos", "El Manantial" y "La rebelión de Atlas". La segunda de ellas, fue llevada a la gran pantalla por el director estadounidense King Vidor y protagonizada por Gary Cooper y Patricia Neal, y si la novela fue leída desde su publicación por millones de personas la película le dio el espaldarazo definitivo para que su autora fuese considerada en aquel tiempo como una verdadera revelación literaria.

El tiempo ha diluido bastante la fama de Ayn Rand, a mi modo de ver -también puedo opinar- por la filosofía que adoptó en su vida, pregonada por ella misma, que podría llamarse "individualismo". En uno de sus escritos proclamó que "cada individuo tiene derecho a existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros para sí, y que nadie tiene derecho a obtener valores proviniendo de otros recurriendo a la fuerza física", que no casaba bien con el espíritu de la época. Eso de que todos somos hermanos, de que debemos ayudarnos mutuamente, da la impresión de que no iba con ella. De hecho, en "El Manantial", una de las escenas más emotivas de la película es la del discurso de Gary Cooper ante un tribunal de justicia, que lo juzga por haber dinamitado un edificio en cuya construcción no se respetaron los planos que él, como arquitecto, había diseñado.

Leí hace algún tiempo un artículo, cuyo autor no me viene ahora a la memoria -ya me fallan las sinapsis-, que expresaba sus dudas respecto a la conveniencia o no de incluir citas filosóficas o partidistas en los artículos de opinión que él escribía. Sostenía la idea de que los lectores de esos artículos buscaban entretenimiento al leerlos, no ser adoctrinados. Para eso, decía, están los libros, que tratan los temas relacionados con el pensamiento humano con mayor profundidad; y con más extensión, añado yo. Sin embargo, no estoy yo muy de acuerdo con mi innominado autor, y esto por una razón sencilla: cada día se lee menos, y no por que no nos guste leer -aunque a muchos no les gusta- sino por falta de tiempo. De ahí nacieron los "pocket books", los libros de bolsillo -en la actualidad lamentablemente sustituidos por "la tableta"-, que en su momento sirvieron para que no nos olvidásemos de leer. Teniendo en cuenta esa precariedad llegada la hora de leer, ¿qué menos que sintetizar lo que se pretende dar a conocer?

Este "ismo" lo tenemos en la música y la arquitectura con el minimalismo, con la abstracción en la pintura, pero creo que es complicado trasladar esa idea a la literatura, aunque hay quienes lo han intentado para pergeñar obras incomprensibles, totalmente abstrusas, cuya lectura uno se apresura a abandonar desde la página tres. Por eso creo, y puedo estar equivocado, que el artículo periodístico, cuando es riguroso y se basa en hechos demostrables, es el vehículo apropiado para conocer el pensamiento e ideas de los demás.

De ahí que el nombre de Ayn Rand me haya venido a la memoria. Dijo la autora americana en 1950 que "cuando adviertas que para producir necesitas autorización de quienes no producen; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada".

Este pasatiempo que practico, escribir por simple placer, tiene sus compensaciones. No se trata de sentarse ante el ordenador y plasmar en 750 palabras la idea que tenemos en la mente. Mi idea, no sé si lo logro, no es esa. Pretendo con estos artículos que mis lectores recojan mi mensaje, mi inquietud, y si lo consideran válido que lo lleven a cabo también en sus vidas. Por eso me pregunto, ¿no estaría hablando Ayn Rand de la España actual cuando en 1950 escribió esas palabras? ¿Estaremos ya condenados o tenemos todavía esperanzas para salvarnos?