1.- Para mí Garachico es el sosiego y la huida del tráfago habitual. Y, además, la alegría de sacar a Carlos Acosta de su casa. Y, además, otra alegría: ver muy bien de salud a Lorenzo Dorta y a su esposa, Bienve. Y si, encima, tengo la oportunidad de contemplar la colección de la obra a plumilla -¿o debo decir plumín?- de Gaspar González Regalado, relativa a Garachico, que el artista ha donado a su pueblo, mayor gozo aún. Pues Lorenzo nos invitó a un arroz caldoso en Casa Gaspar, que estaba para chuparse los dedos. Y fue un almuerzo muy agradable, al que nos acompañó Rafa, el yerno de Lorenzo, y hasta Carlos Acosta se tomó un gazpachito, obsequio de la casa. El poeta y escritor está algo depre y esto no se puede tolerar, porque goza de buena salud y se le ve muy bien. Fíjense que hasta las monjas de clausura del bello convento de la Villa y Puerto tuvieron la bondad de mandarme con Lorenzo unos dulces hechos por ellas, que están exquisitos. Animo al personal a que los compren y, de camino, contribuyan a la subsistencia de estas santas.

2.- Sentarse en Garachico, a la sombra de los árboles del kiosco de la plaza, es una gozada. Comprendo que el doctor Andrés Soler haya cambiado Japón, a donde iba a ir de gira, por el kiosco, el café y los amigos. Yo estoy de acuerdo: como aquí no se está en ninguna parte y lo estoy repitiendo demasiadas veces. Él mandó a la familia y se quedó en la Isla. Yo hubiera hecho lo mismo. Yo conozco a Lorenzo y a Carlos Acosta desde 1959, así que imagínense. Y como le dije al hijo ilustre de Tenerife: "No hemos tenido ni un sí ni un no", como dice el mago.

3.- Y en cuanto a la obra de Pascual, magnífica, como todo lo suyo. Es un artista muy versátil y fue un extraordinario profesor de dibujo. Pascual conoció la época de las suecas, en el Puerto de la Cruz, así que donde hubo siempre queda, aunque ahora la vida familiar sea más sosegada que en los viejos tiempos portuenses del "Skandinavia", sede de tanto intercambio y no precisamente intercambio comercial. Ay, quién nos vería hoy en aquellos tiempos del fox-trot y del descapotable, cuando atábamos los perros con longaniza y cuando don Aurelio Sanz, el director del Banco Exterior, te daba un crédito a la mínima. Igualito que ahora. Ya no queda nada; ni siquiera el Banco Exterior.

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