A finales de 1979 leí un libro que apenas pude comprender pese al mucho esfuerzo que puse en el empeño, titulado "Los tres primeros minutos del Universo" y escrito por Steven Weinberg; un científico cuya especialidad no era precisamente la cosmología sino la física de partículas. Ningún contrasentido porque para saber cómo era en sus instantes iniciales nuestro hoy inmenso Cosmos resulta imprescindible conocer el comportamiento de la materia en su escala más elemental.

Posiblemente me hubiese olvidado de Weinberg y de sus minutos primigenios si no me hubiese encontrado con él seis años después, ya en 1985, durante la inauguración internacional, boato regio incluido, de la sede central del IAC y sus observatorios en Tenerife y La Palma. Steven Weinberg, ya entonces galardonado con el Nobel de Física -lo obtuvo precisamente en 1979-, fue uno de los sabios invitados a los fastos.

Hasta ese momento pensaba que los científicos cuyas obras de divulgación había leído -las que escribían para sus colegas estaban fuera de mi alcance- eran individuos con una inteligencia infinitamente por encima de cualquier mortal. Gente que jamás se mezclaba con las mezquindades humanas. Nada más lejos de la realidad. Cuando entrevisté a Weinberg para un periódico local me pareció una persona absolutamente estereotipada. Ni siquiera tan petulante como se había comportado semanas atrás, cuando le exigió al personal del IAC vinculado a la organización de aquel sarao que le reservasen habitación en la misma planta que ocuparían los Reyes en el Hotel Botánico porque de lo contrario no vendría. Al final vino aunque no lo alojaron junto a los Monarcas. Después de aquello he hablado con varias celebridades de la ciencia, algunas también galardonadas con el preciado Nobel. La sensación de tratar con personas sencillas fue más o menos la misma en todas las ocasiones.

A Stephen Hawking lo recibieron el sábado en los muelles de Santa Cruz con un protocolo vernáculo y rancio. La peña casi estaba al completo. Se dejaron ver Ricardo Melchior -que ya no preside el Cabildo pero actúa como si lo hiciera- junto a su sucesor Carlos Alonso, José Manuel Bermúdez en su calidad de alcalde de Santa Cruz, el consejero regional de Hacienda, Javier González Ortiz -desconocía su pasión por la ciencia pero me alegro de que así sea-, el viceconsejero de Turismo del Gobierno autonómico y hasta el presidente de la Autoridad Portuaria. Menos mal que no se le ocurrió a Rodríguez Zaragoza entregarle una metopa al laureado genio británico. Entiendo la presencia de Bermúdez como regidor de la ciudad, de Alonso como presidente insular y de Fernández de la Puente en representación del Ejecutivo regional. Los demás acudieron para chupar cámara. Qué estaría pensando de todo esto alguien tan poco dado a los fastos como lo es Hawking. A lo mejor él sería capaz de explicarnos por qué sufre tantas penurias la ciencia española si nuestros políticos son capaces de sacrificar la mañana de un sábado para recibir a un científico poco menos que a pie de escala.

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