1.- El lunes por la noche salí a dar una vuelta por Santa Cruz y me pasó algo curioso. A las diez no había un alma en la calle, pero tampoco un solo aparcamiento libre en el centro de la ciudad. Es como si se estuvieran celebrando mil fiestas privadas a la misma hora en el interior de las casas, sin que nadie asomara la nariz a la vía pública. Esta extraña sensación se repitió mientras, en el coche, iba recorriendo la capital de la Isla, apatrullando la ciudad, como diría . Santa Cruz, y no es noticia, se ha convertido en un muerto y se nota mucho más cuando uno viene de Madrid y de ver el bullicio que todos los días de la semana y todas las semanas del mes y todos los meses del año se registra en la zona de Sol y aledaños, en la capital del Reino. Aquélla sí es una ciudad, Santa Cruz es un pueblo y cada vez más pueblo. La gente protesta mucho, pero no sale a la calle a divertirse; todos se han amuermado. Y la actividad comercial se encuentra tan desvaída que asusta. Los comerciantes ya no saben dónde meterse. Se ha caído la actividad económica por completo.

2.- Santa Cruz es un pueblo carente absolutamente de glamour. Ya no tiene ni siquiera pijos; se han muerto todos de asco. No hay sino magos peludos en todas partes, mal vestidos y changas, con pantalones pescador y barba de siete días, todos aficionados al F.C. Barcelona, que es el equipo de los pobres. Estoy harto, me voy a vivir a Tacoronte, donde por lo menos corre el aire, pienso en verde y me pongo a escribir mirando al campo, para inspirarme en el paisaje y en el paisanaje. Ya viví en Tacoronte cuando chico, en una casa que mis abuelos le alquilaban los veranos a don Emilio Rosa, en la carretera de El Sauzal. Y también en la finca Los Perales, que mi padre le arrendó a Ricardo Ruiz, en la noche de los tiempos. Y ahora vuelvo.

3.- Al final uno siempre vuelve a sus orígenes, aunque no me desvincularé del todo de Santa Cruz, como tampoco me desvinculé del Puerto de la Cruz, a donde voy casi todos los días. Con tantos cariños y tantas querencias me paso el puto día en la carretera. A Tacoronte me llevo mis seis perros, porque a esos sí que no los dejo atrás. Vamos a ver qué tal se adaptan a su nuevo territorio. Tacoronte siempre tiene dos grados menos que cualquier ciudad de ese Norte, así que a ver cómo aguanto el invierno.

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