Figura como norma no escrita que los referéndums los convoca quien quiere ganarlos. Franco no perdió ni uno. Felipe González se la jugó con el asunto de la OTAN y le salió bien; por los pelos, pero ganó. El premier Cameron se vio con el agua al cuello hace un par de semanas cuando las encuestas le indicaron un peligrosísimo aumento del voto independentista. Al final ha escapado con un margen que no da pie a interpretaciones sesgadas aunque el señor Salmond, cómo no, ha olvidado muy pronto lo dicho hace unos días -no volvería a plantear la cuestión secesionista al menos durante veinte años si perdía- para anunciar que Escocia seguirá avanzando como nación. Luego se lo pensó mejor y dimitió. Cabe recordar en este punto que a cambio de seguir unidos a Gran Bretaña, el Gobierno de Londres les ha prometido a los escoceses una mayor autonomía que, echando cuentas, no llega ni de lejos a la capacidad de decisión que tienen hoy Cataluña, el País Vasco y por extensión las otras 15 comunidades autónomas españolas. Conviene tener esto en cuenta para no perder la perspectiva.

Cameron ha ganado pero no gratuitamente. Su victoria no va a aplacar los vientos secesionistas que siguen soplando en algunos países de la UE, por no decir en todos. Ayer mismo anunciaba Arturo Mas que seguiría con su "procés" más decidido que nunca. Ahora insistirán con más ahínco los nacionalistas catalanes en que les niegan un derecho a expresarse que sí han tenido los escoceses. La diferencia estriba en que los ingleses, escoceses y galeses están integrados en un país de personas educadas en el sentido más amplio de la expresión. Educadas en conocimientos -allí no existe el brutal abandono escolar que impera en España-, educadas en sus relaciones con los demás y educadas políticamente para castigar o premiar a los partidos en función de lo que hacen. La ideología de cada cual cuenta pero no es lo más importante a la hora de votar. Cierto que algunos hooligans no son muy educados -pero constituyen una minoría- y otros, aun siéndolo, vienen a las cloacas españolas de la costa mediterránea para desmelenarse. El retrete está para lo que está y no es lo mismo que la sala de estar.

Sin embargo, incluso con una población adecuadamente formada para la democracia, el referéndum escocés ha supuesto un riesgo innecesario. Hay preguntas que no se pueden formular en una consulta popular. No se puede preguntar, por ejemplo, si queremos pagar impuestos. Nadie quiere, ni siquiera después de que le expliquen que sin esa aportación caería el Estado: ni carreteras, ni hospitales y centros de enseñanza públicos, ni nada de todo un conjunto de servicios a los que estamos tan acostumbrados que no les damos importancia. Hasta que nos faltan, claro. Tan arriesgado o más es preguntar sobre la integridad de unos países que tanto ha costado configurar. Peor aún si se hace después de casi 40 años fomentando el odio a España, que es el marchamo de los nacionalistas catalanes y vascos. ¿Acaso no fue un célebre catalán llamado Eugenio D''Ors quien dijo aquello de los experimentos, con gaseosa?

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