¿Era necesario desplegar a 60 miembros del Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil para desalojar a dos viejos de su casa de Tacoronte? Respóndanse ustedes mismos. Desplegar a sesenta miembros -y quizá alguna miembra, pues nadie ha dicho que las innovaciones de ese portento intelectual que fue en su día la ministra Viviana Aído no sigan vigentes-, amén de 15 vehículos, para sacar de su casa a Berta y Antonio no es algo únicamente desproporcionado; es un espectáculo que sólo se le ocurre montar a un paleto. Digo paleto y no mago -o belillo- porque posiblemente fue un señor -o una señora- de Cádiz para arriba quien le aconsejó a la delegada del Gobierno en Canarias semejante montaje. La delegada y no el subdelegado en Tenerife porque éste es un mero correveidile de la señora Hernández Bento; un cero a la izquierda. Un chico del partido al que le buscaron un hueco al sol de un país -todavía llamado España- en el que cada cual defiende como puede su "statu quo". Este esperpento me recuerda a los charquitos de San Telmo y de Martiánez a los que íbamos a pescar, cuando éramos chiquillos, en el Puerto de la Cruz. Cada cual hacía lo que quería en su charco, pero que no viniera el otro a enturbiarle el agua -entiéndase a fastidiarle el alimento- porque entonces había bronca.

Lo malo para el PP es que a este paso no va a tener ni un lodoso charco de lluvia en el que colocar a sus allegados y demás afines después de las elecciones de mayo de 2015 -las municipales y autonómicas- y de las generales a final de ese año, o cuando toquen. Era previsible que el lanzamiento fijado para el viernes a las ocho de la mañana en Tacoronte crease conflictos de orden público. No tomar medidas hubiese sido una temeridad. Bastaba, sin embargo, con un discreto despliegue de agentes en las inmediaciones de la vivienda..., y todos los guardias adicionalmente necesarios preparados para intervenir en cuanto lo requirieran sus compañeros. Listo para entrar en acción pero no a la vista. No hacía falta esa demostración de fuerza.

¿Y todo para qué? ¿Para demostrar que este es un país serio en el que se cumple la ley? Pero si apenas unas horas antes había llegado una patera al muelle de Los Abrigos con más facilidad de la que tienen los barcos de pasaje para entrar en el puerto de Santa Cruz. Los barcos por lo menos han de aminorar la marcha para recoger al práctico. Los subsaharianos llegan a donde quieren sin que nadie los intercepte. Nada extraño porque con tantos beneméritos agentes del armado Instituto ocupados en que nadie impida un robo legal -este caso posiblemente pasará a los libros de texto de las facultades de Derecho como ejemplo de un perfecto fraude de ley-, bien pueden campar los chorizos a sus anchas dando tirones, o asaltando viviendas, sin que nadie los moleste. Dura lex sed lex. Para unos más que para otros, claro.

Desgraciadamente, esto no va a cambiar. O tal vez, sí. Se van a producir cambios de la peor forma posible. Muchísimos ciudadanos de este país, no necesariamente conservadores, confiaron en el PP de Mariano Rajoy para que arreglara el desastre al que nos condujo el PSOE de Zapatero. El chasco ha sido monumental. Podemos ya está ahí. Será peor el remedio que la enfermedad, pero en el fondo me alegro. ¿Que nos estamos recuperando? No nos toque usted las sensibilidades, señor presidente. ¿Cómo pueden ir Rajoy por esa Europa de Dios o de Alá -cada vez más de Alá que de Dios- presumiendo de que nuestros vecinos comunitarios nos miran con asombro por nuestra capacidad para recuperarnos? "El modelo de Italia no puede ser el de un país con el doble de paro", dijo hace poco el primer ministro trasalpino, Matteo Renzi, refiriéndose a España.

Dicen que el nacionalismo se cura viajando, y la idiotez también. A finales de julio andábamos por Europa central en moto. Nos acompañaba un muchachito portugués y su respectiva esposa. Esa mañana habíamos entrado en Alemania. Llevábamos no más de media hora por una autopista normal cuando me hizo señas para entrar en un área de descanso. "Vamos a seguir por una carretera secundaria", me imploró. Estaba desquiciado por el tráfico, sobre todo de camiones pesados. No menos de 40 o más cada minuto, todos casi a 140 por hora. "Pero si esta es una autopista pequeña -dos carriles por sentido- con la velocidad limitada a 120. Espera a que lleguemos a una con la velocidad libre y tres o cuatro carriles", le dije. Lo mismo en Polonia, y en Austria, y en la República Checa o en los Países Bajos, pero no en España y Portugal. Basta un breve paseo por cualquier ciudad, por cualquier carretera, por cualquier rincón, en definitiva, de Europa para comprender qué países han salido de la crisis y cuáles no. En ninguna calle europea he visto tantas tiendas con el letrero "se traspasa", "se alquila" o "se vende" como las que me encuentro cada vez que doy una vuelta por Santa Cruz. Esas son las estadísticas que valen, no las que nos cuentan los ministros de Rajoy o los consejeros autonómicos de Rivero. Un país con más de cinco millones de parados, y dentro de él una región con el 34% de su población activa en las mismas y penosas condiciones, no está superando la crisis.

Tal vez por eso hay que hacer demostraciones de fuerza como la del viernes en Tacoronte. O imponer la prepotencia en el asunto del petróleo. Con lo fácil que hubiese sido explicarle a la gente los beneficios de una posible existencia de esos recursos y desmantelar, de paso, las tretas políticas de los opositores... Lástima que ni los cabecillas del PP, ni sus asesores, se hayan enterado todavía que se consigue mucho más con una gota de miel que con un litro de hiel. Asesores muchos de ellos con másteres de telegenia y otras soplapolleces en sus currículos. Pero si los mejores métodos para ganarse a la gente los puso por escrito hace casi cuarenta años un gringo llamado Dale Carnegie, gilipollas. Pónganse a leer a los viejos en vez de desplegar a tantos picoletos para echar a dos de ellos, los más infelices de todos, de su casa.