El escritor y periodista austríaco Joseph Roth -en realidad era de Galitzia, un región desparramada por Polonia, Ucrania y Rumanía- fue enterrado en el cementerio parisino de Père-Lachaise, antes de que los alemanes entraran en París en 194O. Era judío. Un sacerdote católico hizo el responso, un rabino el kaddish, asistió poca gente; junto a monárquicos austríacos podían verse algunos socialistas y comunistas.

Los judíos dentro del Imperio austrohúngaro estaban igualados al resto de los súbditos. Había ocurrido algo parecido a lo de Caracalla en el Imperio Romano con la concesión de la ciudadanía a todos los habitantes. Pero no solo los judíos sino el resto de las minorías étnicas y religiosas, todas aquellas que no tuvieron nación ni territorio propio disponían de la misma nacionalidad. Roth era un nostálgico de aquel imperio, nunca después se sintió un ciudadano tan igual a los demás, ni protegido. De esa opinión participaban sus amigos Stefan Zweig y Soma Morgenstern.

Un caso más, otro judío, de Sarajevo, tras otra desmembración, esta vez de Yugoslavia, decía que los únicos yugoslavos habían sido ellos, los judíos, ya que allí tuvieron sitio, y fuera les faltaba una nación con territorio en la que encerrarse a cal y canto para embeberse de "identidad," como serbios, croatas... Ellos sólo eran yugoslavos.

Son dos ejemplos de que los grandes estados o imperios ofrecen oportunidades de igualdad de derechos y pluralidad a los débiles y minoritarios que las naciones identitarias no ofrecen en absoluto, sino lo contrario, homogeneidald a base de ingeniería social (Cataluña busca atraer la emigración del Magreb para evitar la de habla española, que hacen todo por extirparla) victimismo y xenofobia.

Por tanto, los estados integran, son inclusivos, pueden discriminar, pero no si son democráticos y nunca excluir. Justo al revés de lo que aspiran las naciones que quieren constituirse en tales. Pretenden pasar de la pluralidad y multiculturalidad en que están insertas al mayor monolitismo y homogeneidad. A teñir de un solo color lo que es policromo.

Los estados precedieron a las naciones (de la burguesía europea del XVIII) siempre, en todos los casos y no al revés como se dice, tuvieran la forma de reino, imperio u otra. Creo que es de Gellner: las naciones no crean a los nacionalistas, sino que son estos los que crean (las inventan, Hobsbawm) las naciones. Tras la desaparición del derecho divino, la única realidad sustraída a la historia y por debajo de ella como esencia inmutable y pura son las naciones. Son esencias que subyacen desde la prehistoria y que esperan que alguien las despierte al destino que tienen marcado. Están investidas de esa secuencia fundacional mágica (magia sobre magia) y por eso son capaces de sacudir tantas descargas emocionales. Al nacionalismo se le estudia como transferencia religiosa. Vemos como la "religiosidad" vuela de rama en rama.

La prevalencia del factor funcional y racional de los estados, se puede observar en la propia África. Cierto que hay estados fallidos, pero las unidades que han cuajado bajo las fronteras artificiales de los colonizadores, se han dotado de algo fundamental como es una lingua franca (portugués en Mozambique o francés en Senegal) en torno a la cual se crean unos lazos comunicacionales y comunitarios en una realidad institucional que engloba las mayores diversidades. Una unidad que de otra forma no sería posible, de seguir determinaciones étnicas y tribales. A pesar del genocidio de Ruanda de 1994.

Lo bueno de los estados es que solo confían en las leyes y la igualdad y no en fuerzas telúricas o voces ancestrales. O el innatismo de "decisión", que también poseen los monos.