La famosa tonada del poeta cubano Nicolás Guillén ("No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa yo") se me vino a la cabeza estos días leyendo lo que pasa en España y en el mundo, en todos los territorios y en todas las geografías. Claro está que el poema de Guillén tenía otras connotaciones y además fue escrito en otro tiempo, en el que las ilusiones luego defraudadas estaban a flor de piel y la gente las acariciaba precisamente como se acaricia una piel.

Así que esta tonada que me vino a la cabeza no tiene que ver con los soldados, y sobre todo no tiene que ver exactamente con lo que cantaba Guillén sino con lo que observo alrededor cada vez que el pensamiento de uno choca contra el pensamiento de otro. La vida cotidiana se ha ideologizado tanto como la política, de modo que cuando uno emite un juicio, del tipo que sea, el otro se siente facultado para mostrar su desacuerdo enseñando los dientes. Pensar es un ejercicio imprescindible, inherente a la actividad humana, pero es fácil observar que no es tan fácil, en determinados ambientes, pensar lo contrario de los que piensan otra cosa, sobre todo si esta cosa es mayoritaria.

No se trata de que el pensamiento de uno sea mejor que el pensamiento de otro, pero sí es cierto que se ha establecido tácitamente que o piensas como el que está a tu lado o no hay acuerdo posible. Es decir, para pensar con otros hay que estar previamente de acuerdo, y eso es bien aburrido. Es aburrido pero es lo corriente. Ahora han salido a la luz unas cartas del escritor Javier Cercas que ha rebatido algunas descalificaciones que ha recibido por parte de los que no están de acuerdo con sus posiciones frente al independentismo catalán. Unas declaraciones suyas en Italia fueron tergiversadas de tal manera que él apareció diciendo lo que nunca había dicho. Su respuesta ante el desatino halló primero el silencio, luego la publicación y más tarde el denuesto. Pasa en ese ámbito y pasa en otros ámbitos de la vida que vivimos, a veces a niveles mucho más difíciles de sobrellevar y mucho más crueles. Pero centrándonos en lo que es la conversación civil y civilizada en distintas esferas de nuestro país, es cierto que resulta muy complicado introducir razonamiento cuando enfrente tienes el bloque del pensamiento establecido.

Es una cuestión delicada que alcanza ribetes graves en según qué circunstancia. Se vivió en un tiempo en el País Vasco, donde la natural discrepancia entre unos y otros se resolvía con la denuncia y la persecución, a veces sangrienta; el primer capítulo de "El holocausto español", de Paul Preston, sobre las víctimas de la guerra civil, es un recuento escalofriante del súmmum de las discrepancias, cuando opinar en contra de lo que opinaba otro (de cualquier lado) podía ser causa de muerte.

Ahora las cosas, por fortuna, no están así, pero sí es cierto que tanto en tertulias radiofónicas o televisivas como en las columnas de la prensa, en los parlamentos y en otras diatribas públicas o privadas, seguir una pauta diferente a la pauta marcada termina siendo una aventura de difícil llegada. ¿Qué ha pasado? Que se ha instaurado el tópico sobre el otro, y nosotros mismos contribuimos a crearlo; nosotros: me refiero a los periodistas, a los comunicadores de opinión, a los que tendríamos que informar de una parte y de la otra con el sigilo y la prudencia que exigen los presupuestos del periodismo. Leí en un artículo de Patxo Unzueta esta cita del filósofo vasco Aurelio Arteta, extraída de su libro sobre los tópicos: Arteta, señala Unzueta, les atribuye como función primera a los tópicos la de "acomodarnos al grupo, vestirnos a la moda verbal del momento, volvernos normales".

A veces renunciamos a discutir, o a poner en claro nuestras ideas frente a las de otros, por la comodidad de parecer normales; eso ha perjudicado gravemente a la conversación nacional y ha dejado en pañales ciertas formas de hacer política y de hacer periodismo. Pero nosotros (nosotros quiere decir los periodistas) tenemos mucha culpa de lo que está pasando. "No sé por qué piensas tú" que yo pienso de otra forma. Pues sí: ¿qué tal si aceptas que yo pienso de otra forma, amigo mío?