Es curioso, al menos para mí. Con lo cerca que está de La Laguna y de Santa Cruz y, sin embargo, es rarísimo que alguien decida ir por allí, de comida, de parranda o de simple visita, a pesar de llegar el lugar hasta el mar. Y siempre fue así desde que yo me acuerde. De pequeño, recuerdo que la familia Cabrera, de vez en cuando se reunía a comer algún día o merendar juntos en Tacoronte en el hotel Camacho, lo cual, en aquellos tiempos en que nadie tenía un coche salvo algunos médicos muy conocidos, suponía toda una expedición en tranvía o guagua, aquellas del Norte. Ya de estudiante en Madrid y con novia de la tierra, solíamos ir algún día de verano, con nuestro amigo inolvidable Félix Claverie para ir a recoger a su novia, Mercedes Guimerá, y pasar juntos la tarde. No podría decir, porque no me acuerdo, cómo se llamaba entonces la calle, pero lo más probable es que dadas las circunstancias del momento y la importancia de la calle en el pueblo, llevase el nombre de algún general o de alguien ligado al movimiento. Pero esto es una mera conjetura.

He vuelto hace unos días y no a una casa cualquiera, sino una casa de pueblo, de dos pisos, del año 1735, propiedad actual de la familia del doctor Trujillo Ramírez y con anterioridad de la de su mujer, la familia García Ramos de la plaza del Príncipe de Santa Cruz, de mi infancia y juventud, con cuyo hermano Julio me liga una prolongada y sincera amistad. Pero no fue una vuelta para mi normal, pues nos acercamos no a través de la carretera general, sino de la autopista, con lo cual, y teniendo en cuenta los cambios de dirección, nos recorrimos medio pueblo hasta que llegamos a una calle en cuesta y estrecha, como la mayoría de las del pueblo, y allí nos paramos en el número 39. La casa tiene un mobiliario más bien elemental, aunque lo interesante, y así nos lo mostró el doctor Trujillo, son una serie de fotografías y documentos, algunos de hace siglos, con nombramientos, por ejemplo de " Caballero del Rey". Como aún me quedan facultades de alpinista acompañé al doctor Trujillo por una muy empinada escalera hasta el piso de arriba, donde se encuentran los dormitorios, entre ellos, y según me recordaba emocionado Paco Trujillo, se encontraba la cama en la que él nació, la que fue de sus padres y es actualmente la suya . Pero para mí lo más atractivo de la casa fue un jardín-huerta con árboles centenarios y el cultivo de numerosas hortalizas y verduras, por cuyos vericuetos me permití andar varios paseos. Precisamente en ese lugar se sirvió un ligero refrigerio, para pasar luego al interior de la casa donde la numerosa concurrencia se alojó en dos habitaciones, concurrencia que en gran medida coincidía con la que acudió a la casa del doctor Rodríguez Maffiote, en el camino de San Diego de La Laguna, también presente en la reunión, si bien esta vez me cupo la gran alegría de conocer ya casadas a dos hijas de mi amigo de los años 30 Luis Bartleth, unos de los componentes del equipo Náutico Club Viejo. También se encontraban amigos antiguos, modernos y recientes como Miguel Pintor, Corviniano Rodríguez o Hernández Calzadilla, pariente de Pepe Calzadilla casado con Maruja Ramírez, con quien tuve una muy prolongada amistad, iniciada allá por el año 36 en el veraneo de La Laguna, en el que unía al equipo de fútbol que formábamos los parientes veraneantes en la cuidad hermana. Y recuerdo la impresión que me produjo cuando un fin de semana se nos presentó vestido de soldado y con una incipiente barba, pues se incorporaba al frente peninsular. Pepe y Maruca vivían en la misma casa que mi tía Emelina y siempre fue una de las visitas de mi mujer y mía cuando veníamos por Santa Cruz. Incluso recuerdo sus idas a Madrid, donde nunca se olvidaban de invitarme a comer, lo que en los años de penuria de los 40 era algo de agradecer sinceramente. Como siempre, la comida amplia abundante y variada y me cupo la satisfacción de poder contar con la presencia inmediata del doctor Rodríguez Maffiote, con una amplia experiencia en los hoy turbios y atormentados países del Norte de África.

Y de pronto, igual que sucedió en La Laguna, el espacio se llenó de melodías y canciones que ejecutaban principalmente mis hermanos María José y Rafael, José Zárate, y a ratos Corviniano. Incluso me cupo la sorpresa de poder comentar con el marido alemán de una de las hijas de Luis Bartleth la dificultad que entraña la traducción del texto que acompaña a muchos discos de música clásica. Cuando sea mayor he de tomarme en serio lo del alemán. Y así, entre canciones, conversaciones de todo tipo con amigos viejos y nuevos y en medio de un ambiente cordial y ameno fue terminando esta reunión de la que me es muy grato haberles relatado a ustedes algunos detalles. Creo que hay un refrán que dice: "amigos tengas y los conserves". Y eso, el conservarlos, me llevara lo que me quede de vida. Gracias a todos por su amistad y cariño.