Si de primeras dadas, recibo de mano dos reyes y caballo, mi compañero se muerde el labio de abajo, y el adversario me lanza un órdago a la grande, hay que aceptarlo porque eso está ganado. Imaginemos además que el contrario es un trilero, un fantasmilla de medio pelo que va de chulito como si fuera algo sabiendo que no es nada; que está hasta el cuello de deudas que pretende camuflar con alardes de ostentación; que se rodea de mindundis cutres que le bailan el agua y le "apoyan moralmente" en los órdagos a pares con solo dos pitos; que puede terminar en la trena como su "presuntamente corrupto" mentor ideológico y fiscal... ¿Podría yo esperar al juego porque además llevo "treinta y una"? ería absurdo dejar pasar la oportunidad evidente de vencer sin paliativos. Y a partir de aquí ya pueden entrar los profanos en mus.

Artur Mas ha lanzado un órdago sin posibilidad de éxito. Enfrente encuentra la respuesta contundente de "retira el desafío", pero solo de palabra. Puede continuar en su postura irresponsable con el apoyo de sus palmeros, aun sabiendo que lleva las de perder. Quizá el punto de chulería de "mantenella y no enmendalla", y sospechando cierta debilidad de ánimo en su contrincante sufra la tentación de perseverar e intentar montarla el 9-N. olo con la mera amenaza, en cualquier Estado de derecho, este individuo estaría, cuando menos, procesado.

La gravedad de la situación creada como si fuera un juego de naipes viene dictada en el artículo 116 de la Constitución Española: "Cuando se produzca o amenace con una insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España, su integridad territorial o el ordenamiento constitucional... el Gobierno podrá proponer al Congreso la declaración del estado de sitio".

Hace cuatro años que, por un conflicto meramente laboral, se declaró el estado de alarma por el cierre del espacio aéreo español. Fue entonces una actuación desproporcionada en la que se acusó a los controladores de sedición y conspiración contra los intereses del Estado. Con el tiempo, la desproporción se ha convertido en lo que entonces fue un golpe de Estado auspiciado por el propio Gobierno de la nación, con la premeditación y alevosía de preparar durante meses una maniobra subrepticia, preludio de la muy sospechosa privatización de Aena, que pasaba por sacrificar a un colectivo de controladores que sufrieron la más inimaginable y salvaje campaña de desprestigio. Con el tiempo ha visto la luz un reportaje de 59 minutos en un vídeo revelador: "Controlados", que recoge el testimonio de las víctimas, donde muestran realidades que, por cierto, los medios de comunicación no le están aplicando el mismo énfasis demoledor de entonces, cuando participaron en la masacre.

También pasaron fechas reseñables: 23-F, 11-M, sin la pena ni gloria de un estado de excepción cuando ambas situaciones críticas merecieron, cuando menos, la misma determinación que se aplicó a un conflicto laboral.

Por supuesto, el pueblo catalán no merece el terrible castigo de la pérdida eventual de derechos y libertades que conlleva el estado de sitio, ni siquiera por el pecado de dejarse manipular, no todos, por estos aviesos personajes radicales, fanáticos e interesados en su propio beneficio, que no en favor del interés común.

Por encima de cualquier medida en defensa de la dignidad de España debe imperar el respeto a la población. Es por lo que la firmeza institucional debiera centrarse individualmente en los tahúres profesionales de baja estofa y no permitirles marcar las cartas... Estaría bien alojarlos en chirona como un anticipo de lo que les espera cuando ya no haya manta de la que tirar. Quizá convenga también ir pensando en actualizar la Constitución para evitar estos disparates,

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