A las novatadas les ha sucedido lo mismo que a las películas de terror. Las de antes, aun siendo ingeniosas e inocuas, daban miedo. Las de ahora están repletas de escenas macabras que sólo producen asco. Sufrí -es un decir, porque no me causó ningún daño- una de esas novatadas en un colegio mayor. Al final, pese al berrinche, felicité a los colegas que la urdieron porque realmente resultó simpática. Una reacción distinta a la que hubiese tenido de haber mediado una de las asquerosidades tan de moda en nuestra época. Por lo demás, sigo sin entender qué tiene de guasa para novatos dejar un espacio público, como es la Mesa Mota, convertido en un estercolero.

Ocurre con las novatadas lo mismo que con todo: hay que tener cierto ingenio para llevarlas a buen término. Para escribir, para pintar, para componer música, para diseñar un edificio, para dirigir una empresa y hasta para ganar un juicio en un juzgado hace falta un talento que no destilan los libros porque está más allá del propio conocimiento. Incluso para contar chistes o montar una fiesta que al final sea recordada más por lo gracioso que por lo estrambótico o por lo directamente intolerable es necesario esa chispa que no está al alcance de cualquiera.

Sea como fuese, el Senado acaba de pedirle al Gobierno central que adopte medidas contra las novatadas propias de cada inicio de curso no sólo en las universidades, sino incluso en otros centros educativos de menor rango en cuanto a la edad de sus alumnos. Instan los senadores al Gobierno a que respalde y apoye el Manifiesto del Consejo de Colegios Mayores; una iniciativa que busca eliminar las novatadas abusivas y evitarle un auténtico calvario a miles de estudiantes. Las medidas de este tipo son nuevas en España pero no en otros países vecinos. En Francia, por ejemplo, quienes "se pasen" pueden acabar en la cárcel.

No creo que las leyes sean capaces de cambiar ciertas conductas colectivas. Afirma la senadora socialista Paula Fernández que lo importante es incidir en la "educación en valores" para que los jóvenes hayan desterrado ya esas actitudes cuando lleguen a la universidad. Me suena a frase hecha, pero menos da una piedra. Lo importante es entender que más allá de las normas habidas o las que estén por llegar -que llegarán más pronto que tarde si esto sigue así-, se impone no ya el buen gusto sino, simplemente, el sentido común. Una broma sutil viene bien para quitarles el cascarón de ingenuidad a los neófitos; para espabilarlos. Lo malo, insisto, acontece cuando alguien quiere ser más listo de lo que en realidad es y acaba forzando el asunto. No olvidemos, ya que seguimos en las universidades y su ambiente, que Salamanca no presta lo que la naturaleza no ha dado. Menos bufones y menos payasadas no nos harían ningún daño, sino todo lo contrario.

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