"La CEOE apunta a la competitividad como eje de las políticas europeas", transcribo casi textualmente el título de una noticia publicada ayer por este periódico. Lo de casi es porque el primer artículo no figura en el original. El otro día le dedicaba Antonio Burgos su columna a ciertos modismos que se han colado en el lenguaje, entre ellos la supresión de los artículos. Asunto este último que no es nuevo -Gómez Torrego lo denuncia en su "Manual del español correcto", y no ha sido el primero en hacerlo-, pero que ha alcanzado en estos días más virulencia que el ébola pues ni el Rey recibe en La Zarzuela sino en Zarzuela, ni Rajoy en La Moncloa sino en Moncloa.

Añade la información que "CEOE-Tenerife (doy por perdida la batalla del artículo) advierte de que, en este escenario, uno de los mayores desafíos es aprovechar el impulso del inicio del ciclo institucional europeo de los próximos cinco años para generar las condiciones necesarias que asienten la recuperación económica y la confianza de forma duradera". Para entender esto hay que echar mano del Google Translate: ¿impulsos institucionales?, ¿inicios que duran cinco años?, ¿asiento de condiciones?, ¿recuperación de la confianza duradera? Ni con un grado en Económicas y otro en Empresariales.

Acaso la llave de la comprensión no está en el Google Translate sino en el Google Maps; otra herramienta valiosa en los tiempos que corren. Entremos en ese mapa digital y centrémonos en el Sur de Tenerife. En la Costa del Silencio, por ejemplo. Hace cuarenta años Las Galletas era un barrio de calles sin asfaltar, El Fraile no existía, Guargacho era una curva en la carretera que iba hasta la autopista con dos míseras casas y Guaza un simple cruce de caminos. Cambien el mapa a la vista de satélite y vean lo que hay ahora. Mejor aún, den una vuelta por esos alrededores y comprueben, a ras de tierra, lo que se ha construido. Sobra añadir que en Canarias existen bastantes zonas con igual y desmesurado desarrollo en pocos años.

La siguiente pregunta es quiénes viven en esos núcleos. Cuestión de fácil respuesta: mayoritariamente inmigrantes, comunitarios y no comunitarios, que llegaron en su día para cubrir una demanda de empleo imposible de satisfacer con la población local. Personas que hoy tienen pleno derecho a estar y seguir aquí, esencialmente porque se han dejado la piel en esta tierra para salir adelante. Medio millón de foráneos incorporados a estas Islas en los últimos veinte años. ¿Tendríamos más de 350.000 parados sin esa aportación de mano de obra exterior? Ah, pero la culpa no la tienen los que han venido. También los canarios se han visto obligados a emigrar en masa anteriormente, al igual que ahora, sin que eso los haga responsables de nada. Al contrario. Los culpables son quienes han permitido, y hasta fomentado, un desarrollo para el que no teníamos recursos suficientes salvo uno: el territorio que hemos consumido hasta límites asfixiantes. Este es el problema -ya sin remedio, pero todavía susceptible de no ser empeorado- y no los ciclos institucionales europeos y otras monsergas.

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